Es un drama francés, pero de francés tiene apenas el idioma: perfectamente podría tratarse de la tragedia socio-laboral argentina. La cámara no está puesta solamente en la erupción del volcán, sino en los pasos anteriores a la ebullición: qué pasa entre empleador y empleado tras un pacto colectivo de recorte salarial. La lenta germinación de un día de furia.
Brizé en una charla exclusiva con Clarín. (Foto: Martín Bonetto).
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La firma detrás de La guerra silenciosa, el filme que estrenará el jueves 18 con protagónico de Vincent Lindon, es la de Stéphane Brizé, el director francés de El precio de un hombre. El cineasta de Rennes visitó el país cuatro meses después del aterrizaje de su presidente Emmanuel Macron en estas tierras. Jura que “allá no se habla tanto de la crisis argentina”, sino de Jair Bolsonaro y de Brasil. "Su discurso es tan violento y vulgar que crea algo espectacular que los opaca a ustedes", avisa.
Su cuento pone la lupa en la fábrica Perrin, que inicia "un plan de salvataje" mediante ajustes sobre los recursos humanos. Las ganancias se contabilizan de a millones, pero el próximo paso son las mesas de negociación para desprenderse de los obreros. Capitalismo, plusvalía, trabajador y empresario. En el medio, el periodismo.
(Foto: Martín Bonetto).
-En su película hay algo que sobresale: la furia de no ser escuchado durante años. La narración del desgaste humano. ¿Quiso que así fuera?
-Sí. De hecho lo que quise mostrar es la legitimidad de esa furia de los trabajadores. Cosa que nunca te explican en los medios. En los medios, por ahí aparece ya la imagen final, el momento en que da cuenta de que la ira se transformó en violencia. Pero nadie te explica que antes de la violencia estuvo el desamparo de no ser oído. La violencia termina siendo un espectáculo. Los medios muestran la realidad desde lo espectacular. El cine en cambio lo que intenta hacer es dar cuenta del pasado de esa historia. La televisión no se toma el tiempo de reconstruir una historia.
-Están muy claros los roles del empresario y del obrero. ¿Pero qué rol quiso asignarle a la prensa que retrata el conflicto en su filme?
-Tomé a la prensa televisiva. Hice una reconstrucción de cinco notas televisivas con imágenes fuertes tratando de no traicionar. De hecho trabajé con verdaderos periodistas que armaron esas notas muy realistas. La tele no se toma el tiempo de explicar lo que está por detrás del suceso a presentar. Eso da cuenta la tendencia mentirosa de la televisión. No me gusta ridiculizar a la prensa, pero sí muestro los excesos.
-¿Cómo fue el trabajo con un elenco de no actores, a excepción de Lindon?
-Yo buscaba un hiperrealismo. No se trataba de darle sensación documental. Usé a un actor hiperconocido. El protagonista tiene un modo supernatural de actuar. Y frente a él todos devuelven una energía distinta. Son no actores, pero son profesionales reales. El obrero es obrero. El patrón, también. El político es político. El protagonista sostiene el armazón actoral y recibe esa realidad propia de cada uno para alimentar su juego. Nadie domina. Unos se nutren de otros. Así me gusta filmar.
Una escena del filme. El actor Vincent Lindon en "La guerra silenciosa". (DPA).
-¿Su película se acerca más a una mirada de izquierda?
-Si constatar que para las ganancias de unos pocos se maltrata a la mayoría de la población, si eso es ser de izquierda, lo soy. Y si estar atento a que lo que le ocurre a hombres y mujeres en el marco de un sistema financiero indecente que los maltrata es ser de izquierda, lo soy. Soy sensible a eso. Obviamente tampoco puedo decir que la izquierda tiene el monopolio del sentimiento humanista.
-¿Siente que de algún modo están presentes sus orígenes humildes al momento de elegir una historia y filmar?
-Sí. Mi madre decía que había lugares que no nos eran accesibles. Que no eran para nosotros. Eso a mí me enojaba muchísimo. No entendía por qué no podía tener acceso. Así que crecí con ese sentimiento de vergüenza. De que había algo que no nos era permitido. Tuve que desplegar muchísima energía para luchar en contra de eso. Pude escapar a una suerte de determinismo. Pero todos estamos determinados por el lugar donde nacimos. Es muy difícil también a la inversa, cuando alguien viene de una familia super privilegiada, donde sólo se piensa en las ganancias, escaparse, correrse. Siempre nos define el origen. Es una especie de verdad a la que nos sentimos adheridos y nos tenemos que desprender.
-En muchos lugares la palabra "guerra" del título de su película fue modificada por las distribuidoras. ¿Le molestan esas modificaciones?
-No me parece para nada divertido. Me enoja ver la falta de imaginación de las distribuidoras. Me explican que hay territorios en los cuales hay que adaptarse, pero quisiera que me presentaran algo con imaginación. No que se empobrezca el titulo. Y pocas veces me dan un nuevo título que demuestre cierta inteligencia. Ellos argumentan que saben qué título puede funcionar: me sorprende que sepan de manera definitiva lo que la gente quiere. Yo no tengo esa certeza. Hay veces que se llega a una distorsión tal que se pierde el sentido inicial.
(Foto: Martín Bonetto).
-Su filme no nos da muchas esperanzas respecto al futuro del mundo laboral. ¿Usted en la vida real es pesimista?
-El mercado está cambiando, la inteligencia artificial nos está cambiando. El problema es qué hacemos con los hombres y mujeres, porque las revoluciones tecnológicas para lo único que están sirviendo es para aumentar las ganancias. Y las leyes del mercado defienden esos intereses y no a esas personas que viven en ese sistema. Puede parecer que vamos yendo a un mercado laboral cada vez más brutal en Occidente. Algunos dicen: "En China 60 millones fueron elevados desde la pobreza extrema". Pero si eso crea la pobreza extrema de otros lugares, esto es un circulo vicioso.
-En definitiva, ¿para qué hace cine? ¿Este es su modo de denuncia?
-Las razones fueron cambiando. Al principio no estaban claras. Seguramente tenía esa necesidad de hacer oír mi voz. Una necesidad que no es muy humilde, porque hay que tener la sensación de que lo que uno tiene para decir puede interesar. Pero reconozco que es algo que sucede en mí. Siento que soy testigo de la condición humana, eso es algo que me fascina. Necesito decir algo sobre el mundo en el que vivo.