20/11/2018 - 21:11
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“Para qué quiero enemigos, si tengo tantos hermanos” “Diego Armando Canciones” (Andrés Calamaro, 2018.)
En 1953, el crítico local Jorge D’Urbano publicó el libro Cómo escuchar un concierto. Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, D’Urbano fue un hombre talentoso y polémico. Designado interventor del Teatro Colón por el golpista Pedro Eugenio Aramburu, propuso tomar pruebas de capacidad a los miembros de la Orquesta Filarmónica y el Ballet Estable del Teatro, con la consiguiente reacción del sindicato de músicos. De alguna manera, fue precursor de la idea que sugirió Botafogo hace algunos años, también resistida y vetada.
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“(...) La obra de arte es el llamado que el artista hace a nuestros sentimientos a través de la inteligencia y, por lo tanto, toda obra musical que valga la pena es el resultado de un plan previo.Si de una manera general llegamos a comprender ese plan, nuestra capacidad para comprender la obra y apreciarla se habrá dilatado considerablemente (...)”, explicó D’Urbano en uno de los fragmentos que podrían ser análogos a la apreciación de otras músicas, fuera del ámbito clásico. Luego está la realidad de las posibilidades expresivas, trascendiendo la técnica, en lo que solemos llamar “rock”. Ahí también se puede tener un plan, o ser un flan.
El sábado pasado, en Vélez, La Beriso festejó sus veinte años de carrera con un show que hubiese tenido una relativa repercusión de no ser por un detalle extra musical que se dio cuando Rolo Sartorio, su cantante, le puso paños fríos al cántico que suele utilizarse contra la figura del presidente Mauricio Macri. “No, no puteen a nadie, porque no lo dije para que hagan eso, sino porque realmente está mal. Nosotros vinimos a disfrutar, no tenemos bandera política, no vayamos en contra de nadie”, fue la explicación de Rolo, luego de que él mismo había agradecido por pagar entrada “cuando el país está casi destruido”.
La repercusión (mayormente negativa) que tuvo el gesto del líder de La Beriso se circunscribe a la noción generalizada de que la banda no está en condiciones de proponer un “acá se viene a rockear, no hacer política”. Esto a cuento de que aunque Rolo no sea un impostor, ni haya llegado a comandar a una de las bandas más convocantes del último lustro de forma ilegítima, no representa a los valores proyectados del rock. La Beriso, en la suma de todas las partes, no promete un estilo de vida más intenso o desmesurado, no experimenta con nuevos sonidos, no plantea ideas libertarias. Pero al mismo tiempo, emerge como un tópico exitosamente refractario en un momento donde lo intenso o desmesurado pasa por los abusos (Cristian Aldana) o los crímenes (Pity Álvarez), el público prefiere ir a lo seguro en cuanto a la demanda de una oferta sonora, y el accidente explosivo de una pareja pseudo-anarquista en el cementerio de la Recoleta termina en meme. La Beriso, entonces, termina siendo el placebo de un movimiento que, al menos en la Argentina, vive en crisis desde la tragedia de Cromañón. Dentro de su “rock para toda la familia”, no cabía esperar otra actitud que la que tuvo.
Así las cosas, sobrevivirán a esta tempestad, o sequía, para transformar la duda en oxímoron, los que se preocupen en dejar obra. Sean canciones, manifiestos o, incluso, discos. En el 2018 que va expirando, Babasónicos (Discutible), Marilina Bertoldi (Prender un fuego) y Andrés Calamaro (Cargar la suerte) son algunos de los ejemplos de los que se preocuparon por darle el mejor fin posible a su capital creativo.