La historia oficial dice que tras la II Guerra Mundial París perdió en favor de Nueva York la hegemonía artística que había ostentado durante las primeras décadas del siglo XX. Pero, por suerte, la historia oficial tiene en ocasiones más de oficial que de historia. París siguió siendo, incluo más que antes, una ciudad imán para artistas de todo el mundo, en especial aquellos que se sentían perseguidos por la caza de brujas del senador McCarthy en Estados Unidos, los que escapaban del comunismo soviético o los españoles que huían de la dictadura franquista. Llegó a haber registrados más de 4.500 creadores en ese tiempo de recuperación. El Reina Sofía aspira a corregir el relato que hasta ahora se daba por bueno en su gran exposición de la temporada: París pese a todo. Artistas extranjeros 1944-1968,una muestra con más de 200 obras firmadas por 100 artistas, comisariada por el historiador Serge Guilbaut, y que se puede ver desde hoy hasta el 22 de abril de 2019.
Serge Guilbaut, profesor de la Universidad de British Columbia en Vancouver, ha escrito numerosos libros en los que aborda la relación cultural entre París y Nueva York, entre 1944 y 1956. El más célebre de ellos es, sin duda, De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno. Junto a Manuel Borja-Villel, el director del museo, abordó este mismo tema en el Macba de Barcelona en octubre de 2007 en un trabajo titulado Bajo la bomba. Su tesis: bajo el nuevo orden geopolítico global que inaugura la Guerra Fría, París se convirtió en un centro de refugiados artísticos que ayudarán a Francia a superar su sentimiento de humillación e inestabilidad devolviéndole su pasado de esplendorosa capital mundial del arte.
En el arranque de la exposición se recrea el famoso Salón de París de 1944, bautizado como Salón de la Liberación. Allí, un artista extranjero como Pablo Picasso, el más celebrado por las vanguardias de comienzos de siglo, es ensalzado como el gran icono del nuevo resurgir de las artes. Borja-Villel recuerda que el pintor español nunca adoptó la nacionalidad francesa. Cuando la quiso, se la denegó el gobierno de Vichy por comunista. Después, ya no le interesó. Su óleo El niño de las palomas (1943) se confronta en un alarde de simbolismo con la fotografía de Kandinsky en su lecho de muerte (1944), de Rogi André.
'¡Fuego! ¡Fuego!' (1964), de Enrico Baj. Tate / Tate Images
Guilbaut advierte de que cuando se habla de poder artístico hay que distinguir entre la fuerza del mercado y la del talento. Reconoce que en ese período, los 20 años que siguen a la II Guerra Mundial, desde el fin de la Guerra hasta Mayo del 68, el poder económico hace lo imposible para que el expresionismo abstracto y el pop, las dos grandes tendencias made in USA, conformen un nuevo imperio. Pero advierte enseguida que son muchísimos los artistas, que, presionados por la falta de libertades huyen a París. Se refiere a creadores de todas las tendencias y formatos y que por ser izquierdistas, homosexuales, negros o mujeres, se ven obligados a abandonar su país. “Creo que no tiene sentido hablar de capitalidad cultural, porque depende siempre de quién está escribiendo. Lo correcto es hablar de antagonismos o de tensiones narrativas. Fueron tiempos de muchos discursos. Nada es tan simple como una sucesión de tendencias”, señala el comisario.
En la extensa y didáctica exposición, organizada en orden cronológico, se pueden confrontar las visiones que los artistas franceses y los extranjeros tenían sobre diferentes temas. No hay nunca un discurso unitario ni enfoques uniformes. Ya sea para abordar el realismo socialista o el retorno a las formas primitivas.
Los extranjeros que acuden al París de la posguerra se agrupan en garitos en los que el alcohol se funde con el sonido del jazz y juntos buscan la manera de dar a conocer su trabajo. Una de las iniciativas más interesantes, recogida en la exposición, la protagonizó la Galería Huit, un espacio multirracial abierto en 1950 por artistas de diferentes orígenes: Al Held, Raymond Handler, Haywood Bill Rivers o Shinkichi Tajiri. Juntos participaron en la exposición Lamento por Lady (para Billie Holliday) a partir de una trompeta de jazz. Sus trabajos junto al Sena fueron capturados por la cámara de la artista suiza Sabine Weiss.
En la exposición hay dos películas fundamentales. Una es Dos o tres cosas que yo sé de ella, de Jean-Luc Godard en la que la ciudad de París es retratada como una prostituta. La otra es el musical Un americano en París, de Vincente Minnelli. Ambos trabajos retratan las contradicciones de los artistas que fueron acogidos aquellos años en París y las decepciones que a bastantes de ellos les aguardaban.
“Algunos, sobre todo los negros”, dice el comisario, “tuvieron especiales dificultades para exponer o para publicar sus obras. Los americanos venían de unos Estados Unidos en los que eran perseguidos por sus ideas o su color. En París podían entrar en los bares y beber lo que pudieran pagar, pero entrar en el circuito del arte no fue fácil para todos”. Borja-Villel,que asiente al razonamiento del comisario, señala, sin embargo, que en aquellos años de pobreza y marginación, París fue un ejemplo con los refugiados. “No lo olvidemos”, advierte. Y que cada cual saque sus propias conclusiones en la Europa actual, tan obsesionada con blindar sus fronteras.
Precursores de mayo del 68
Los artistas extranjeros radicados en París participaron muy activamente en las movilizaciones a favor de la independencia de las colonias francesas. La guerra de Argelia despertó la solidaridad de creadores como la estadounidense Gloria de Herrera, el chileno Roberto Matta o el colectivo de artistas que realizó la monumental obra Gran cuadro antifascista (1960), de 400,5 por 497 centímetros.
En ese mismo periodo escritores beatniks buscaron nuevos caminos expresivos a la vez que artistas como Antonio Berni, Larry Rivers o Eduardo Arroyo criticaban sin piedad el auge del consumismo capitalista. Estaba a punto de estallar la gran revolución de Mayo del 68.