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El ministro de Economía, Hammond, admite contemplar un segundo referéndum Ampliar foto La primera ministra del Reino Unido, Theresa May, acompañada este domingo de su marido en Londres, a la salida de un servicio religioso ADRIAN DENNIS AFP
La dimisión de Theresa May lleva camino de convertirse en lo que los anglosajones llaman una profecía autocumplida. Tantas veces han especulado los medios sobre las últimas horas de la primera ministra al frente del Partido Conservador y del Gobierno británico que ha sido necesario acoger la noticia con buenas dosis de escepticismo, pero durante este fin de semana los titulares han sido clamorosos. "Piden a los ministros que echen a May", dice este domingo la portada del The Daily Telegraph. "Golpe en el Gobierno para sustituir a May por un primer ministro de emergencia", anuncia The Sunday Times. "Golpe en el Gobierno: exigen a May que dimita", proclama The Mail on Sunday.
Los diarios inundan este fin de semana sus páginas con declaraciones, siempre bajo el anonimato, de miembros del Gobierno que expresan su hartazgo con el modo en que May ha manejado el proceso del Brexit. "El final se aproxima. No será primera ministra más allá de diez días"; "Su sentido del juicio ha comenzado a ser caótico. No puedes formar parte de un Gobierno que entierra su cabeza en la arena"; "Todo está resultando muy volátil, pero comenzará a estabilizarse en cuanto haya un cambio de primer ministro".
The Sunday Times ha recopilado algunas de esas muestras y asegura que son al menos 11 los ministros dispuestos a secundar el golpe contra May en el Consejo de este lunes. La estrategia, según el diario, consistiría en situar al frente del Ejecutivo al jefe de Gabinete de la primera ministra, David Liddington, para asegurar de Bruselas una prórroga suficiente y diseñar un nuevo plan del Brexit capaz de aglutinar consensos.
El ministro de Economía, Philip Hammond, según esas informaciones habría dado su visto bueno a las maniobras para reemplazar a May por un primer ministro provisional que fuera capaz de llevar a buen puerto la crisis del Brexit, y dar tiempo así a los conservadores para organizar sin presiones el proceso sustitución. Hammond, sin embargo, ha negado este domingo en Sky News que la rebelión esté ya tan avanzada y ha calificado simplemente de "autocomplacientes" las declaraciones -siempre bajo el anonimato- de sus compañeros de Gabinete en las que reclaman el cese de May.
Hammond sí ha admitido, sin embargo, que las posibilidades de que el plan del Brexit de la primera ministra sea sometido esta semana a una tercera votación son pocas. Llegado el caso, ha dicho, es muy probable que sufra un nuevo rechazo. "Soy realista y sé que es muy probable que no consigamos una mayoría para el plan de la primera ministra. Si es así, el Parlamento tendrá que decidir no solamente aquello en lo que está en contra, sino también aquello en lo que está a favor", ha dicho Hammond.
El Parlamento debatirá mañana una moción impulsada por diputados laboristas y conservadores para activar el mecanismo de las llamadas "votaciones indicativas", un proceso de descarte por el que Westminster podrá pronunciarse sobre las alternativas al plan de May puestas sobre la mesa durante los últimos meses. Desde un Brexit salvaje, a otro suave, pasando por un segundo referéndum o incluso la revocación del artículo 50 del Tratado de Lisboa (esto es, renunciar a la salida del Reino Unido de la UE y que las cosas se queden como están).
Después de ver cómo un millón de personas inundaban este sábado las calles de Londres reclamando un segundo referéndum, Hammond, que retiene aún entre muchos colegas conservadores la auctoritas que otros miembros del Gobierno han perdido en la batalla navajera del Brexit, ha admitido que la opción de una segunda consulta es plausible y respetable. La primera vez que alguien del Gobierno de May se pronuncia en tono conciliador respecto a esa posibilidad. "Un segundo referéndum es una propuesta perfectamente coherente que merece ser tomada en consideración", ha dicho, consciente de que sus palabras iban a desatar las iras de los euroescépticos.
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