"); } "); } else document.write("
");
La fusión Deutsche-Commerzbank no mejora la posición de ambos bancos Olaf Scholz, ministro federal de Finanzas PATRICIA SEVILLA CIORDIA
Las conversaciones exploratorias impulsadas por el ministro de Finanzas alemán Olaf Scholz para fusionar el Deutsche Bank y el Commerzbank, las dos grandes entidades financieras germanas, han suscitado unas reacciones públicas adversas y muy bien fundamentadas. Pero hay dos que sobresalen por su claridad y contundencia. El Consejo Asesor del Gobierno alemán, los llamados cinco sabios, no ha dudado en calificar la propuesta como “una idea muy mala” a través de Isabel Schnabel, la experta financiera del Grupo; y el presidente del Consejo de Supervisión del BCE, Andrea Enria, ha deplorado el propósito de crear un campeón bancario nacional en Alemania o en Europa, en línea, por cierto, con la resistencia de la comisaria Magrethe Vestager frente a la unión de Siemens y Alstom.
La fusión empujada por Scholz —el Commerzbank tiene un 15% de capital público— revela en primer lugar un fracaso de la estrategia de consolidación seguida hasta ahora por los dos bancos. Ambos tienen un problema de rentabilidad, que no se ha resuelto con las exigencias normativas de la autoridad europea y, en el caso del Deutsche, también de reputación. Es bien conocida su participación en la llamada Lavandería Troika, es decir, las operaciones de blanqueo de dinero ruso entre 2004 y 2017, que algunas estimaciones sitúan en unos 4.000 millones. Acuciado por las urgencias de ambos bancos, el Ministerio de Finanzas alemán ha interpretado, con poco acierto, que una fusión mitigaría, o al menos distraería, los problemas reales de ambas entidades. Pero ni el mercado ni la canciller Merkel aprecian la operación. Y debe haber pesado en esta tibieza de Merkel la probabilidad de que una fusión tendría un coste laboral de unos 30.000 despidos.
Y es que la fusión es discutible política y técnicamente. Invocar la creación de un campeón nacional choca de frente con las reglas de competencia y de buenas costumbres en la eurozona. Presionar desde el sector público para construir un megabanco nacional, o europeo, tanto da, equivale a conceder a la entidad resultante el aval implícito del Estado; de forma que, en caso de crisis bancaria, el Estado quedaría comprometido para intervenir sin remisión en la salvación del banco.
Pero es que, además, el resultado de la fusión sería un grupo probablemente inestable, en función de sus propios medios financieros y de gestión. La entidad resultante sería el segundo banco de la eurozona por volumen de activos, pero, y esto es lo importante, su relación entre precio y valor contable sería extremadamente débil. Como ejemplo, el Santander, con menos activos, registraría una ratio precio-valor contable unas tres veces superior.
Las fusiones nacionales y la búsqueda artificial de campeones propios no son las vías correctas para elevar la rentabilidad bancaria y disponer a los bancos en línea de competencia con Estados Unidos, Japón y China. Son más adecuadas para este fin las fusiones transfronterizas. Pero tienen el grave inconveniente político de los recelos nacionales y el problema técnico de que no generan un volumen sustancial de ahorros de costes como las nacionales. Las malas ideas solo se combaten con ideas buenas; la mejor, en estos momentos, es que Deutsche y Commerzbank se olviden de la unión y se apliquen a elevar sus márgenes de rentabilidad.
Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.