Llueve y es de noche cuando la primera habano sommelier de la Argentina vuelve a su casa de trabajar. Arriba de una mesa de uno por uno hay un arreglo de torta de cumpleaños. En pocos días, Deby Benitez cumple 30. “Creo que caigo simpática”, dice sobre su aparición en estos viejos social clubs porteños, porque todavía resulta llamativa una mujer que fuma puros, más si es joven. Mejor dicho: más llamativa. Por cuestiones de elaboración y comercialización, esta planta ancestral enrollada es un artículo de lujo fuera de los países productores. Desde siempre su circuito ha sido pequeño, y sí, especialmente de varones.
Sin embargo, es un mundo esencialmente femenino, ya que después del cultivo, la cosecha y el secado, las hojas de tabaco se llevan a grandes galpones, donde una hilera de mujeres sentadas les sacan las nervaduras y enrollan los cigarros que constan de seis hojas enteras: la que facilita la combustión, las que dan sabor y aroma, la que une y la capa exterior. Se necesitan dedos delicados para cumplir esta tarea, que igual se hace larga, y hasta hoy en Cuba se realiza con la ayuda de lectores: personas que van a leer en voz alta para entretener a las tejedoras.
Deby Benítez, sommelier de habanos. Fotos Emmanuel Fernandez.
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Deby Benitez supo esto por preguntar: es una persona estudiosa; si hay algo que necesita en la vida es saber. Terminó el jardín sabiendo leer, el secundario un año antes, e hizo dos carreras en paralelo: administración de empresas y marketing en la UBA. Cuando tuvo su primer trabajo importante, como adicionista en un restaurante –cuando todavía había personas que comandaban los pedidos a las cocinas–, necesitó saber lo que pasaba al lado suyo, en la barra, y así se enteró de las primeras cosas sobre vinos, whiskies y destilados. Ella, cuanto mucho, solía tomar un vaso de cerveza.
Siguió haciendo preguntas en otro restaurante, uno con una cava más grande, y de ahí la mandaron a estudiar Sommellerie al Centro Argentino de Vinos y Espirituosas, donde en segundo año le dieron una clase sobre habanos. “El sommelier tiene que saber de vinos, destilados, coctelería, infusiones y puros. Tenés que poder ofrecer a un comensal todo eso. Vos te tenés que sentar y yo te tengo que vender una experiencia”, dice Deby una frase perfecta de examen, lo que es decir, su especialidad.
Dio su primer examen sobre habanos, sin haber fumado nunca, en una mesa individual de un Café Martínez. El hombre que se lo tomó, un cubano de nombre Jorge Luis, no le hizo preguntas: le dijo que escribiera todo lo que supiera sobre el tema. Y Deby escribió unas quince hojas de un cuaderno espiral cuadriculado grande: habló de historia, de “territorios de sabor” –suave, suave-medio, medio, medio-fuerte y fuerte–, hizo dibujos y describió las distintas partes de la planta, y qué hojas se usan para cada capa del cigarro según cómo le haya dado el sol y haya sido el proceso de secado y fermentado. Explicó que “habano” es una denominación de origen (todo lo que se confeccione en otro lado son “puros”), por qué algunas marcas tienen esos nombres románticos como Romeo y Julieta o Montecristo –fueron obras leídas en voz alta en su momento–, y la diferencia entre las vitolas “de galera” (formato del habano) y “de salida”, los nombres comerciales.
Mucho de esto lo sabía gracias a él, desde el día en que apareció en su vida en una cata de ron. Deby era la única del evento que estaba, efectivamente, catando: anotando sensaciones en el cuaderno. El hombre se presentó, le regaló uno y le empezó a hablar del habano. Por supuesto, Deby quiso saber. Pero fumar le daba miedo: sufrió tos convulsa de chica y se ahoga fácil. También temía caer en una adicción como la del cigarrillo (luego supo que los niveles de nicotina y alquitrán son más bajos). Pero sobre todo, no quería experimentar sin antes hacer su investigación: “No quería probar sin saber apreciarlo, sin saber del producto. Y por respeto. El habano tiene una elaboración muy compleja para simplemente quemarlo”, dice.
"Cualquier cosa que tenga que ver con aromas, sabores, combinaciones, bienvenida sea". Fotos Emmanuel Fernandez.
Hoy no sale de la casa sin su destapador de vinos y su guillotina, el aparatito para cortar la punta del cigarro. Quien quiera poner nerviosa a Deby, puede probar hacer lo mismo con tijeras o un tramontina. No fuma todos los días, pero cuando tiene el tiempo y la tranquilidad, se tira en el sillón y enciende alguno de su reserva personal. Hay algo, sin embargo, que nunca pudo saber: qué buscaba realmente el cubano Jorge Luis, que desapareció un buen día cuando el franquero local de la empresa Cohiba se enteró de que una tal Deby Benitez se hacía pasar por “sommelier influencer” de su marca.
Deby, claro, no entendía nada cuando estuvo cara a cara con el dueño del lujoso Cohiba Atmosphere de San Telmo y el representante de Puro Tabaco S.A., la empresa que distribuye habanos en Argentina, Uruguay y Chile. Dedujeron que el hombre querría empezar a comercializar ilegalmente a través de una sommelier. Deby no se enojó: después de todo, el cubano le había enseñado mucho. Los empresarios se sorprendieron: ¿a una chica le interesaba aprender sobre habanos? “Pero por supuesto”, recuerda haberles dicho Deby: “Yo soy sommelier. Cualquier cosa que tenga que ver con aromas, sabores, combinaciones, bienvenido sea”. Así, a los directivos de Puro Tabaco se les ocurrió empezar a dictar cursos con diploma. El que le dieron a ella fue el primero. Hace poco, Ludmila, la cubana que finalmente le enseñó a fumar, diferenciar y maridar, la llamó para contarle la noticia: la eligieron para representar a Argentina en el próximo Concurso Internacional de Habanosommelier en Cuba.