Ya sea por las restricciones impuestas por los protectores de los derechos de Tennessee Williams, ya por propia convicción del compositor André Previn y su libretista Philip Littell, lo cierto es que la ópera Un tranvía llamado Deseo es, al menos en sus dos primeros actos, la obra de teatro cantada; o, mejor dicho, la obra “entonada”, ya que incluso las partes más abiertamente líricas que canta Blanche no constituyen momentos musicales verdaderamente autónomos: siguen adelante con el texto de Williams. Si en la ópera los recitativos o partes habladas hacen avanzar la acción y las partes líricas producen detención, en este caso el tiempo de la ópera coincide estrictamente con el tiempo del teatro. La música (la ópera) no despega, más allá del interés de algunas líneas vocales o de lo que se oye desde el foso. Aunque se hayan eliminado algunas escenas, no hay elipsis, no hay interrupciones, no hay ningún desplazamiento. Por eso cualquier punto de fuga cobra una importancia mayúscula, como cuando Stella, feliz tras la fogosa reconciliación con su marido, se pone a canturrear una melodía sin letra acompañada por un contrabajo solista en el más puro estilo de jazz.
Da la impresión de que la puesta en escena de Rita Cosentino busca corregir esa linealidad estricta. La eficaz escenografía de Enrique Bordolini es un corte de lado a lado del escenario; sobre la izquierda está la pequeña torre con la escalera que conecta con el piso superior de Eunice y Steve Hubbel, y a continuación se suceden el living, la habitación y el baño de Stella y Stanley Kowalski. El tendido eléctrico y el viaducto que se elevan por encima de la casa completan la sordidez del cuadro general. El baño no se muestra a puertas cerradas sino abierto, en corte, como el resto de la casa, lo que constituye un detalle muy significativo. El baño funciona como un limbo; en cierta forma le restituye a la ópera su propia temporalidad, como cuando se representan en ese ambiente los hechos que Blanche cuenta a Mitch sobre el final del segundo acto (la homosexualidad del marido, la fiesta, el suicidio del marido).
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Pero el baño es, sobre todo, el limbo de Blanche. En la pieza de teatro ella dice todo el tiempo que está tomando baños bien calientes para calmar los nervios. En el corte de la ópera podemos ver lo que ella hace en realidad. Todo (menos bañarse) y nada al mismo tiempo. Se prueba zapatos, se perfuma, se mira en el espejo, se sienta absorta en el borde de la bañadera, da vueltas: nada podría describir más expresivamente su desolación.
El tercer acto progresa de otra forma, como si formara una pieza dentro de otra. La misma fantasía de Blanche parece haber llevado a Previn a una mayor liberación. En cierta forma, toda la ópera entra en un limbo, en la fantasía espiritual y lírica de Blanche, para avanzar hacia una extinción conmovedora
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La soprano Orla Boylan es la gran protagonista de un impecable reparto que en los roles principales completan David Moore (Kowalski), Sarah McMahon (Stella), Eric Fennell (Mitch), Victoria Livengood (Eunice), Darío Leoncini (Steve) y Pablo Pollitzer (Diariero). La Orquesta se luce bajo la dirección del irlandés David Brophy, que lleva la música con no menos matices que carácter.
Ficha
Un tranvía llamado Deseo
Calificación Muy buena
Autor André Previn Director David Brophy Régie Rita Cosentino Sala Teatro Colón, martes 7, Gran Abono. Repite 10, 12 y 14 de mayo.