De Oriente Próximo a Venezuela, de Cuba a China, Donald Trump enfila la segunda mitad de su mandato volcado en la política internacional. Con portaaviones, aranceles comerciales o intrigas diplomáticas, según los casos, el presidente que rechazó el papel de Estados Unidos como guardián del mundo mueve sus fichas en el tablero global con la impulsividad y osadía marca de la casa. Pero con un denominador común, que entronca con la política doméstica y la movilización de sus bases de cara a las elecciones del año que viene.
Un portaaviones y bombarderos enviados a Oriente Próximo para hacer frente a una imprecisa amenaza de Teherán, en plena escalada de violencia entre Israel y Hamás en Gaza, y después de redoblar la presión sobre el petróleo iraní y de escenificar un nada sutil apoyo electoral primer ministro Bejamin Netanyahu. Un recrudecimiento de la guerra comercial con China, con amenazas de nuevos aranceles vía Twitter, aderezada con un agrio conflicto desatado por la presencia de buques de guerra estadounidenses cerca de las islas en disputa en el mar de China Meridional. Un papel cada vez más activo para derrocar al régimen de Nicolás Maduro en la crisis venezolana. Una vuelta de tuerca más en la política de asfixia a Cuba, en un claro desafío a la Unión Europea.
Liberado del yugo de la investigación sobre sus vínculos con Rusia, que ha ensombrecido sus primeros dos años en la Casa Blanca, el presidente Trump enfila la segunda mitad de su mandato con un insólito énfasis en la política exterior. En las últimas dos semanas, todos los frentes internacionales que tiene abiertos Estados Unidos han experimentado aparatosas escaladas.
La ofensiva policéfala responde, a primera vista, al patrón habitual en el presidente Trump: impulsiva, errática, bravucona, irrespetuosa con los consensos, ambivalente con los enemigos tradicionales y desafiante con ciertos aliados históricos. Pero hay una lógica que recorre todos esos frentes internacionales, y se encuentra en la política doméstica y en la movilización de las bases republicanas de cara a las elecciones presidenciales del año que viene.
El presidente que rechazó el papel de Estados Unidos como guardián del mundo se lanza con todas sus fichas al tablero global. El envío del portaaviones Abraham Lincoln al Golfo Pérsico fue anunciado el domingo por John Bolton, consejero de Seguridad Nacional. Se trata de “un mensaje claro e inequívoco al régimen iraní de que cualquier ataque a intereses estadounidenses o de sus aliados será respondido con una fuerza implacable", decía Bolton en un comunicado, sin aportar más detalles de los hechos concretos que provocaron el despliegue en una zona de conflicto en la que Israel señala el papel de Teherán.
Este lunes, según The New York Times, altos oficiales de Estados Unidos aseguraron que el envío del portaaviones obedece a nuevas amenazas de Irán contra tropas estadounidenses en Irak, constatadas por los servicios de inteligencia. Los nuevos acontecimientos reforzarán las sospechas de las autoridades iraquíes de que Washington utiliza su presencia militar (más de cinco mil soldados) en el país para avanzar en su agenda contra Teherán, a cuya Guardia Revolucionaria el presidente declaró el mes pasado oficialmente como “organización terrorista extranjera”, arriesgándose a que Irán haga lo propio con las tropas estadounidenses en Oriente Próximo.
La Administración Trump ha adoptado una línea dura con Irán, desde que el año pasado el presidente se retirara del acuerdo nuclear firmado 2015 y que relajaba las sanciones. Bolton y el secretario de Estado, Mike Pompeo, han liderado esa estrategia, a menudo en oposición directa a las recomendaciones de la CIA y del Departamento de Defensa. La ofensiva contra Irán es clave en el plan para la paz en Oriente Próximo que coordina en la sombra el yerno y consejero del presidente, Jared Kushner, en estrecha cooperación con Netanyahu. La sinergia con el primer ministro conservador israelí ha sido aplaudida por los sectores más a la derecha del Partido Republicano.
El conflicto con China, dramáticamente enconado en lo comercial, ha escalado también a un peligroso terreno militar: Pekín denunció ayer la presencia de buques de guerra de Estados Unidos cerca de las islas en disputa en el mar de China Meridional. El incidente se produjo el día después de que Trump anunciara por Twitter nuevos aranceles a productos chinos. El miércoles está prevista la visita de una delegación china a Washington para tratar de alcanzar un acuerdo que ponga fin a una larga y costosa guerra comercial.
Pero es en América Latina donde se hace más evidente el trasfondo de política doméstica que rodea a la actuación internacional de Trump. Su reciente decisión de poner en vigor el título III de la ley Helms-Burton, mantenido en suspenso por todos los presidentes desde la promulgación de la norma en 1996, dio lugar la semana pasada a las primeras demandas contra empresas extranjeras por lucrarse de propiedades confiscadas tras la Revolución cubana a sus legítimos dueños por el régimen castrista.
La medida abre un nuevo frente contra Bruselas, que ha anunciado represalias por las acciones contra empresas europeas con intereses en la isla. Además, contraviene la lectura dominante hasta ahora de que el endurecimiento del embargo --de ahí la apertura protagonizada por Obama en 2014-- solo da argumentos al régimen para cerrar filas y lo empuja más hacia sus apoyos de Rusia y China.
Pero la acción contenta y moviliza al exilio cubano, bastión de votos del Partido Republicano, igual que la injerencia en Venezuela contra el régimen de Nicolás Maduro. Esta tampoco parece responder a la premisa del America first que Trump convirtió en bandera. Pero mantener viva la lucha contra el comunismo le proporciona rédito electoral, movilizando a sus bases contra un Partido Demócrata que libra una batalla por decidir quién se enfrentará a Trump en 2020, con candidatos que han llevado el debate ideológico en el partido más a la izquierda que nunca.
SANDRO POZZI (Nueva York)
Principio de acuerdo o escalada. Es la pregunta que se hace Wall Street tras la amenaza de Donald Trump de elevar los aranceles a China, justo cuando parecía que la negociación comercial iba a llevar a un acuerdo. Pekín demanda ahora que Washington reconsidere algunas de sus peticiones difíciles de aplicar y pide concesiones. Pero el republicano juega de otra manera y opta por llevar la negociación al límite. La reacción de Trump es más que un puro postureo. El Pentágono acaba de publicar un informe que va a la raíz de la retórica del comandante en jefe, en el que detalla cómo China quiere suplantar a EE UU como poder militar en el Pacífico. El documento señala que está avanzando con rapidez y logrando “progresos tremendos” en el ámbito de los misiles balísticos, el espacio y la inteligencia artificial.
“Tratan de erosionar la ventaja militar de EE UU”, afirma el Pentágono en su informe anual, “apoyan esta ambición con enormes recursos”. El informe de los expertos militares ahonda así en el pilar central de la acción de Trump en el ámbito del comercio: a cada vez mayor competencia de China a escala global y cómo regular los intercambios para impedir el robo de tecnología.
Las tácticas comerciales chinas son, de hecho, vistas en Washington como un riesgo para la seguridad nacional. El informe del Pentágono se refiere incluso a la “economía predatoria” de Pekín al desarrollar cómo está planificando establecer bases militares por todo el mundo para proteger sus inversiones en proyectos en infraestructuras, a través del programa conocido como One Belt One Road.
La incógnita es cómo reaccionará China al ultimátum de Trump. La interpretación del entorno del presidente, como Peter Navarro, es que hay margen para tensar la negociación, porque el no acuerdo dañaría más a la economía china. La reacción de los mercados es un ejemplo. Shanghái se dejaba un 5,6% y un 7,4% el índice Shenzhen mientras que la caída en el Dow Jones no llegó al punto porcentual.