Hay montones de vestidos de sevillanas por el suelo y dos operarios los van colgando de cables que cruzan de lado a lado el techo de una de las salas de Tabacalera de Madrid. Las órdenes las da Pilar Albarracín (Sevilla, 1968), que organiza el ritmo por colores. La primera vez que se vio Techo de ofrendas fue en las Reales Atarazanas de Sevilla, hace 14 años, en la bienal comisariada por Harald Szeemann. “Estoy deseando que me las compren para que me las puedan mantener. No tengo capacidad para guardar mis obras, ¿tú sabes lo que sufro cuando veo una producción que se me está estropeando? Y me niego a malvenderlas ni a regalarlas a las instituciones”, explica la artista, unos días antes de la inauguración de su primera exposición retrospectiva.
Este jueves, un centenar de mujeres procedentes de la estación sevillana de Santa Justa bajarán del AVE, en Atocha, y se dirigirán vestidas de gitanas, en “procesión”, a la antigua Tabacalera de Embajadores, tan cerca y tan lejos del Museo Reina Sofía. Allí las espera la autora de la acción, Pilar Albarracín, que con ellas inaugurará la muestra —organizada por el Ministerio de Cultura y titulada Que me quiten lo bailao— que desvela, tras 25 años de trabajo, una de las carreras más coherentes, comprometidas y sólidas en la denuncia de la represión de la mujer, en su liberación, en las tradiciones religiosas y la identidad española y, a fin de cuentas, en la desacralización del arte.
Por delante de la actualidad
Son cerca de 60 piezas, entre fotografías, vídeos, dibujos, performances e instalaciones, que demuestran que la calle y el cuerpo son los escenarios sobre los que actúa para tratar la violencia de género desde los años noventa. Porque Albarracín estuvo en la actualidad antes de que llegara a los periódicos. No es pitonisa, pero su resistencia a los prejuicios le permitió adelantarse a los acontecimientos publicados. Por eso tienen tanta actualidad tres acciones rodadas en 2004: en Viva España, ella cruza las calles de la ciudad acosada por una banda musical que toca esa cancioncilla patria; Bailaré sobre tu tumba es una coreografía de cuatro pies sobre la lucha de géneros; y en la espectacular Lunares, ella viste un traje de sevillana completamente blanco, que tiñe con la sangre que se hace al pincharse con alfileres.
El trabajo de Albarracín, con una proyección internacional poco común entre las artistas de su generación, se centra en atender a la mujer que trata de resistir y sobrevivir a una sociedad que le reserva los espacios olvidados, las sobras del patriarcado. Es crítica, irónica, brillante y fragua su modernidad en la resistencia contra las presiones económicas, culturales y de género. Trabaja desde el arquetipo para anular los clichés, sin anular la tradición. Pero es una artista y, como tal, no está libre de la precariedad. Son las tantas de la noche y está con la comisaria, Pía Ogea, y con los operarios, que siguen montando.
“En una exposición se le paga a todo el mundo, menos al artista. ¿De qué comemos? El dinero te da la posibilidad de crear, de viajar, de tener ayudantes, pero si eres honrado e independiente, al final, es muy difícil vivir de esto”, cuenta. ¿Va a cobrar por esta exposición? “No sé, ¿voy a cobrar?”, le pregunta a la comisaria. Y Ogea responde: “No existe el concepto de honorarios de artista, no se puede facturar así en el Ministerio de Cultura”.
La exposición está dedicada a su hijo Nicolás y a todas aquellas personas de su vida: “Me hubiera encantado pasar más tiempo [con ellos] y no lo hice porque estaba trabajando. Ser artista también es un oficio, pero no se paga”, explica. Asume con alegría y una gota de amargura que su trabajo es muy apreciado, pero le faltan compras. “Que se valore no me aporta nada que haga mi vida más fácil. Aquí estoy currando. Y las labores físicas cada vez me cuestan más”, dice mientras ultima las obras en esta antigua fábrica. La Tabacalera recuperada para las artes le parece un lugar más representativo de la sociedad que un museo, “que es un sitio que solo representa a quien lo dirige”. Albarracín tampoco está en la colección del Reina Sofía y zanja: “El resultado político del arte no tiene que ver con el arte”.