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El mensaje de las urnas es nítido: recuperar el tiempo perdido Hemiciclo del Congreso de los Diputados. CLAUDIO ÁLVAREZ
Las elecciones celebradas el domingo no solo han fijado la composición del Parlamento para la próxima legislatura, sino que han arrojado un nítido mensaje a propósito de las estrategias adoptadas por los líderes de las diferentes fuerzas políticas. Por lo que respecta al Partido Socialista, su amplia victoria en escaños convalida el liderazgo de Pedro Sánchez, así como su decisión de apelar al voto de la moderación y la seguridad cuando sus principales adversarios han buscado la polarización y la rivalidad en los extremos. El castigo del electorado al PP por reeditar los modos y el ideario del expresidente Aznar en 1993 ha sido severo, y compromete la continuidad de Pablo Casado. La censura electoral contra la regresión inspirada por Casado ha resultado aún más contundente por su huida hacia delante en el tratamiento de la corrupción. En contra de lo que imaginaba la actual dirección popular, sus votantes no eran inmunes a unas prácticas condenadas en los tribunales y por las que el partido fue desalojado del Gobierno.
El número de escaños obtenido por Ciudadanos ha quedado lejos de sobrepasar a un PP en sus —no conviene olvidarlo— horas más bajas, y le obligaría a reconsiderar la idoneidad de las opciones realizadas por su líder, Albert Rivera. En lugar de ello, Rivera y el núcleo de sus dirigentes afines han pretendido ocultar detrás del aumento de los apoyos, importante pero limitado, la evidencia de haber conducido a la formación hasta un callejón sin salida, que amenazan con trasladar ahora al conjunto del sistema. Porque es a este, y no solo a sí mismo ni al partido socialista, a quien Ciudadanos debe cualquier contribución a la gobernabilidad con la esperanza de obtener en la siguiente legislatura lo que los electores le han negado: el liderazgo de la oposición parlamentaria. Por profunda que sea la crisis en la que el incierto futuro de Casado acabe sumiendo al PP como segunda fuerza parlamentaria, el interrogante del que no puede zafarse Ciudadanos es si los resultados obtenidos merecían su viaje hasta posiciones coincidentes en algunas materias con las de la ultraderecha, expresadas, además, mediante idéntica retórica de emergencia nacional y encarnizada descalificación de la totalidad de sus adversarios. La perspectiva de una nueva legislatura de crispación tal vez reporte beneficios electorales para Ciudadanos en el futuro, pero es un coste que, hoy, nadie debería seguir exigiendo al país.
Podemos ha frenado la caída que vaticinaban las encuestas gracias a que Pablo Iglesias ha abrazado las posiciones de la socialdemocracia, pasando de reclamar un proceso constituyente a exigir el riguroso cumplimiento de la Constitución de 1978. Esta evolución en materia social no ha alcanzado, sin embargo, a sus posiciones en materia territorial, donde sigue defendiendo salidas de imposible encaje constitucional. Como en el caso de Ciudadanos, las responsabilidades que contrae Iglesias en este último punto exceden a su propio partido, por cuanto su defensa de un referéndum contribuye a fijar implícitamente un límite en el viaje de ERC desde el unilateralismo que ha sentado a sus líderes en el banquillo hacia posiciones más pragmáticas, derrotando en las urnas el mesianismo del expresidente huido, Carles Puigdemont. El punto de llegada en ese recorrido no puede consistir en abandonar un unilateralismo suicida a cambio de exigir un referéndum imposible, entre otras razones porque la reforma constitucional que abriera las puertas a su celebración es cuestión de mayorías de las que el independentismo no dispone y de procedimientos que hasta ahora siempre ha despreciado.
El mapa dibujado por las urnas señala múltiples caminos, pero alcanzar a través de ellos la estabilidad que requiere el país dependerá de cómo los líderes y los partidos revisen sus respectivas estrategias.
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