"Los ‘80 fueron la peor década de la historia de la humanidad”, se prologa en The Dirt, la biopic sobre Mötley Crüe basada en el escatológico libro donde el periodista/escritor Neil Strauss recoge los testimonios de los cuatro integrantes originales, y que desde la semana pasada puede verse por Netflix.
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El brulote contra el anteúltimo decenio del siglo XX, al que caricaturizan (colores flúo, danza jazz, peinados como algodones de spray) para realzar el contrapunto que supuso la aparición de los angelinos como símbolo del fin del aburrimiento, antídoto contra lo sintético, catálogo de excesos y relativo (por no usar otro término menos elogioso) valor musical.
Entonces, nada pasaba hasta que una banda conformada por un Teen Angel hormonado (Daniel Webber/ Vince Neil), un Tribilín humano como baterista (el rapper Machine Gun Kelly / Tommy Lee), una momia casta y hosca como guitarrista (Iwan Rheon, el odiado Ramsay Bolton de Game of Thrones/Mick Mars) y un bajista que parece salido de una escuela de modelaje (Daniel Booth/Nikki Sixx).
La película trata de mantener el tono del libro, sketch & sketch de excesos: incluso con los títulos exhiben una especie de challenge de verosimilitud entre algunas escenas y las imágenes originales. Y no se privan de ejercitar una moralina de aliados machirulos para marcar límites: pueden tener una chica en situación de fellatio permanente debajo de la mesa del club que frecuentan, pero se produce un silencio de reprobación cuando Tommy Lee le pega un puñetazo a su novia en el micro de gira. Es el no va más. Lo curioso: que no haya mención al video porno del baterista y Pamela Anderson, a lo mejor un toque de rubor insospechado entre tanto plenario de sexo y drogas.
No tan viral pero más conmovedor es el extracto de una entrevista a las Madres de Plaza de Mayo que se difundió con alegoría de memoria por estos días. Una mujer avanza ante el micrófono del periodista holandés y dice:“En mi caso particular, allanaron cuatro veces mi casa. Me llevaron y me torturaron para que dijera dónde estaba mi hijo”. La fecha y el calendario aterrorizan: es el 1° de junio de 1978, comienza el Mundial y el partido inaugural es Alemania-Polonia, las dos naciones que 40 años antes dieron comienzo a la Segunda Guerra Mundial.
Tres semanas más tarde de aquel registro, en el tercer disco de la reunión de los Walker Brothers, Nite Flights, Scott Walker cantaría en The Electrician: “Es él/perforando a través del Espíritu Santo/ Esta noche/La cadera oscura cae/gritando”. Es un eco glacial que imita de un modo claustrofóbico las disonancias de Ennio Morricone cuando componía para giallos, inquieta hasta ahogarse en un estribillo liberador que parece que va a desatar la tensión, pero no. El propio autor explicaría muchos años más tarde: “Es una canción política: tiene que ver con esos torturadores sudamericanos, entrenados por norteamericanos. Imaginé a dos amantes con los ojos vendados, hablando de la tortura”.
En el tema que titula el disco no canta sobre otra cosa que los vuelos de la muerte: “Las trampas de vidrio se abren y cierran en vuelos nocturnos/ Cuellos rotos, pesos pluma presionan las paredes/ Sé mi amor, seremos dioses en vuelos nocturnos/ Solo una promesa, solo una forma de caer”.
Igual que de los desaparecidos y del ejercicio del terrorismo de Estado, nadie supo del significado de estas canciones hasta muchos años después. Scott Walker falleció este domingo, lejos de la marcha del Día de la Memoria, pero significativamente cerca.
JB