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La integración de los Balcanes en la UE es la vía para diluir las tensiones Foto de familia de la cumbre de los Balcanes en Berlín, el pasado lunes. MICHAEL SOHN AFP
La Cumbre de Berlín ha acabado sin resultados claros y sin promesas concretas, más allá de declaraciones de buena voluntad, como las que realizó la canciller Angela Merkel sobre la “responsabilidad” europea para buscar una solución definitiva a los conflictos balcánicos. Sería un error buscar atajos para la integración de unos países que no están preparados ni económica ni institucionalmente para entrar en la UE, pero sería un error aún mayor abandonar a los Balcanes a su suerte, por justicia histórica, y por la creciente posibilidad de que acaben mirando mucho más a Moscú que a Bruselas.
Los Balcanes llevan 20 años en paz, desde el final de la guerra de Kosovo en 1999. Es un logro importante, pero insuficiente para mantener la estabilidad en una región de Europa con una tendencia histórica a la volatilidad y que, pese a su importancia estratégica, se encuentra olvidada por Bruselas. Solo dos de las seis repúblicas que constituyeron la antigua Yugoslavia —Eslovenia y Croacia— forman parte de la UE, mientras que el resto de los países que surgieron tras las guerras de los años noventa —Serbia, Montenegro, Macedonia y Bosnia-Herzegovina— están más lejos que hace una década de su posible integración en la Unión.
El puzle se complica con el caso de Kosovo, que nunca fue una república yugoslava, sino una provincia serbia, que declaró su independencia de Belgrado en 2008, sin que todavía haya sido reconocido por Serbia ni por cinco países de la UE, entre ellos España. Albania también forma parte del grupo de países balcánicos que llaman a la puerta de la UE. El mayor, y prácticamente único paso que se ha dado en ese tiempo en los Balcanes hacia la integración, ha sido el cambio de nombre de Macedonia; que ha pasado de llamarse Antigua República Yugoslava de Macedonia a Macedonia del Norte, para satisfacer las exigencias de Grecia. Todos los demás procesos están prácticamente congelados desde 2008.
La ausencia de la UE en los Balcanes no ha hecho sino aumentar la influencia económica y política de China y Rusia respectivamente, un hecho que preocupa de manera creciente a la diplomacia europea sin que por ahora haya encontrado un camino para hacer frente a este problema. Con el claro objetivo de retomar la iniciativa en la zona, Alemania y Francia han convocado esta semana una cumbre en Berlín para impulsar el diálogo en los Balcanes, centrada sobre todo en Kosovo y Serbia. Belgrado se niega a reconocer la independencia de Prístina, lo que bloquea las perspectivas de adhesión de ambos y aumenta su tensión con el peligro de que estalle un nuevo conflicto.
Serbia y Kosovo llevan años dialogando sin avances. Incluso se puso sobre la mesa un posible intercambio de territorios, un movimiento que provocó el recelo de muchos países europeos que percibieron en esta maniobra un posible retorno al enconado nacionalismo de los noventa. En los Balcanes, las situaciones, cuando no se arreglan, se deterioran hasta tal punto que la tensión puede convertirse en un estallido de violencia. Lo mismo puede decirse de Bosnia, formada por dos entidades que conviven sin haber tejido lazos institucionales y con constantes amenazas de la República Srpska de convocar un referéndum para unirse a Serbia. Solo la perspectiva de unirse a la UE en un futuro diluirá estas tensiones.
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