Bruno Ganz recoge un premio de la Academia Alemana en 2014, en Berlín. En vídeo, tráiler de 'El Hundimiento'. BRITTA PEDERSEN (afp) | epv
El actor suizo Bruno Ganz, conocido por sus papeles en El cielo sobre Berlín o en la polémica El hundimiento, donde interpretaba a un Adolf Hitler encerrado en su búnker y enfrentado a un inexorable final, murió este sábado a los 77 años en su domicilio de Zúrich a causa de un cáncer. Es el desenlace de una larga trayectoria sin igual en el cine y el teatro europeos, en los que Ganz ha brillado a través de un abanico casi infinito de papeles y matices interpretativos. Actor de físico ordinario pero magnético, fue capaz de encarnar la bondad y la vileza, la dulzura y la perversidad. Hizo de galán y de patán, oponiéndose a la tradicional división entre protagonistas y secundarios. Y ejerció de estrella de un cine europeo y transnacional, actuando en todas las latitudes del continente, cuya negra historia parecía impregnar sus mejores interpretaciones.
Ganz nació en 1941 en Zúrich, hijo de un mecánico suizo y de un ama de casa italiana. Pese a crecer en una ciudad de fuerte tradición teatral, descubrió el escenario de manera tardía. “El teatro no pertenecía a mi clase social. Vivíamos en la periferia. Mi padre solo se interesaba por las cosas técnicas”, dijo a Le Monde en 2012. A los 16 años, un amigo que trabajaba como técnico de iluminación en la Schauspielhaus de Zúrich, uno de los escenarios más prestigiosos del teatro en alemán, le invitó a ver una obra entre bambalinas. Le fascinó tanto que empezó a acudir cada noche. Decía que lo aprendió todo observando a aquellos actores, en su mayoría judíos y comunistas que habían abandonado Alemania durante la guerra. “Viéndolos pensé: ‘Estoy seguro de que soy actor. Ahora debo hacer que los demás lo sepan’”, relataba Ganz.
Escogió la interpretación sin un plan b. Fue el gran director alemán Kurt Hübner quien le dio su primera oportunidad. En 1970, se convirtió en miembro fundador de la Schaubühne, el nuevo teatro berlinés que aspiraba a romper con las normas vigentes en el teatro europeo. De espíritu izquierdista y cooperativo, aspiraba a acercar las obras a la clase obrera y llegó a interpretarlas delante de las fábricas. No alcanzaron ese objetivo, pero transformaron el teatro de una época en que los jóvenes alemanes empezaban a preguntar a sus padres qué habían hecho durante la guerra. “Esa fue mi Heimat”, diría Ganz, aludiendo a la intraducible patria íntima a la que se refieren los alemanes.
El actor se quedó allí durante seis años, interpretando a Kleist o a Ibsen, hasta que llegó la llamada del cine. Un joven y ambicioso director, Wim Wenders, le había propuesto protagonizar El amigo americano y las normas de la compañía impedían trabajar en el séptimo arte, por lo que se vio obligado a escoger. Después repitió con Wenders en El cielo sobre Berlín y su continuación, Tan lejos, tan cerca, donde Ganz interpretaba a Cassiel, ángel de la soledad dispuesto a renunciar a su condición al descubrir la insospechada belleza de la vida de los mortales.
Ganz trabajó con otros renovadores del cine alemán, como Werner Herzog (Nosferatu, el vampiro de la noche) y Volker Schlöndorff (Círculo de engaño), pero en 1978 ya saltó al cine anglófono con Los niños del Brasil, sobre los experimentos de Mengele. Después, la industria hollywoodiense acudió a él con frecuencia para proyectos de todo tipo. Trabajó con Francis Ford Coppola (El hombre sin edad), Jonathan Demme (El mensajero del miedo), Stephen Daldry (El lector), Ridley Scott (El consejero) o Atom Egoyan (Remember). En el cine europeo, se puso a las órdenes de Theo Angelopoulos en La eternidad y un día, o de Jaime Chávarri, con quien rodó El río de oro cerca del monasterio de El Paular (Segovia). En los últimos años su actividad había sido frenética. Hizo de viejo hippy en la reciente The Party, de Sally Potter; de abuelo de Heidi en una producción familiar suiza, y de Sigmund Freud en la aún inédita The Tobacconist, además de participar en lo nuevo de Terrence Malick, Radegund. Ganz tiene en cartelera La casa de Jack, de Lars von Trier, donde ejerce de voz de la conciencia.
Pese a ese largo historial, su gran interpretación ha sido el Hitler de El hundimiento, papel que le costó años aceptar y que reprobó parte de su entorno, incluido su amigo Wenders. “Se dijo que no podíamos mostrar a un Hitler tan humano. Pero, ¿qué significa humano?”, se preguntó Ganz. “Hubiera preferido interpretar el ascenso de Hitler, pero nadie toca esa sustancia”, explicó en 2010 a Die Tageszeitung. Para encarnar al dictador, Ganz estudió el acento de la provincia austriaca donde nació y se internó en un centro de enfermos de Parkinson para estudiar sus movimientos. Reflejo de la desesperación tardía del personaje, pero también de la banalidad cotidiana durante sus últimos 12 días de vida, la interpretación de Ganz hizo historia. Para Ganz, que había interpretado a Hamlet y a Macbeth en el teatro, ese habrá sido su particular Rey Lear. Ganz era el portador del Anillo de Iffland, que ostenta el mejor actor en lengua alemana de forma vitalicia. Desde ayer, busca un nuevo propietario.