Desde hace años, la industria musical está dominada por el estilo urbano. Colombia, el país de Sebastián Yatra y Maluma, se convirtió en uno de los mayores exportadores de reggaetoneros y traperos a nivel internacional. En esta carrera del star system latino, donde el éxito se mide por los virales y los sencillos de 5 minutos de fama, aparece Morat.
La banda compuesta por Juan Pablo Isaza, Juan Pablo Villamil y los hermanos Simón y Martín Vargas ignora lo que “está de moda”, y apuesta por una alternativa que vuelve a las raíces de hacer música con instrumentos, y no con pista de fondo. Su estilo es difícil de definir. Por momentos es más romántico y por otro es más rockero. Combinan pop, folk, rock y hasta flamenco.
Morat en el Luna Park. Foto: Martín Bonetto.
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Todos los jueves.
Esta identidad ecléctica se notó en la noche del jueves cuando, con un Luna Park explotado, el grupo desplegó todo su talento musical y performativo en escena, ante un obediente publico que respetó cada uno de sus caprichos en su cuarta presentación en el país.
Con canciones de su segundo disco, Balas perdidas, lograron cautivar a los presentes desde el primer momento. A pesar de su media hora de atraso tras la presentación de Benjamín Amadeo, toda frustración desapareció al son de hits como Maldita costumbre y Cuando nadie ve.
El show se desenvolvió a pura energía, con una pasión que se notaba a kilómetros de distancia. Y es que este cuarteto hace música desde que tiene uso de razón. “Nos conocemos desde los cinco años. En la escuela siempre teníamos espacios para jugar con instrumentos y distintos géneros. Para cuando nos graduamos, ya sabíamos quiénes éramos los candidatos perfectos para una banda”, contó Simón a Clarín.
Saltaron a la fama con Mi nuevo vicio, una canción en la que colaboraron con Paulina Rubio, que ahora se cuela en el bis de sus recitales, pero no hace mucho sonaba en sus propios teléfonos celulares. “Cuando salió la canción con Paulina, vimos el estreno del video estando en clase en la universidad. Era muy extraño tener un hit publicado, y al día siguiente rendir un parcial. Eso lo vivimos durante mucho tiempo, y nos ayudó a mantener los pies en la tierra”, recuerda Isaza, que comenta que a pesar de la fama, jamás dejaron de estudiar sus respectivas carreras, y actualmente les queda un sólo semestre para recibirse.
De vuelta en el Luna, la fiesta se calmó para dar lugar a baladas como Punto y aparte, o Acuérdate de mí. Lentas o movidas, en todas las canciones los chicos dejan todo en el escenario. A pesar de que aseguran no ser una típica boyband, como showmen se desempeñaron con increíble soltura. Incluso Martín, el más chico del grupo, que se escondía atrás de la batería, se esforzó por interactuar con las fanáticas. Él fue la última incorporación. Originalmente, el percusionista era Alejandro Posada, que abandonó en 2016. Simón le quitó dramatismo al cambio. “Fue bastante más fácil de lo que uno creería. Él nos contó las razones por las cuales no quería seguir más, y tenía todo el sentido del mundo. Luego, que fuera mi hermano el que terminara entrando, alguien que conocemos de toda la vida, lo hizo todo más fácil aún”.
El show del jueves rompió todo esquema, y sorprendió por la presencia masculina y adulta, que no asitió en carácter de acompañante. “Para nosotros es muy valioso pensar que nuestro público tiene nuestra edad, y que han ido creciendo junto con nosotros. Y ojalá que cuando estemos viejos, sigamos haciendo música para nuestros pares”.
En un momento del show, hacen un parate para honrar a la Argentina con una de sus costumbres más propias: tocando un tango. Parece que la banda no deja afuera ningún género, pero ni se acerca al reggaetón. Lejos de pensar en las cifras, ellos se concentran en lo que disfrutan hacer: “Hay una afinidad de nosotros con los instrumentos que nos impide que sigamos ese género, aunque quisiéramos. A Martín le encanta tocar batería, por ejemplo, y de hecho sufre cuando hay canciones que no tienen tanta batería porque no sabe qué va a tocar. Eso es un problema real, y es algo que un reggaetonero nunca va a experimentar”.
Para la banda, llenar un Luna es estar cumpliendo un sueño. “La última vez que estuvimos aquí fue viendo un concierto de Sabina, que es uno de nuestros más grandes ídolos”, recuerda Isaza, que aclara que la fama no los marea. “Somos gente relativamente normal, que se relaciona con cualquier otra persona. Siento que en el mundo de la música esto de ‘la diva’ y ‘la fama’ es un tema muy complicado. A muchos los cambia, pero a nosotros no. No dejamos que los números definan quiénes somos”, cuenta Villamil.
Pasaron hits como Yo contigo, Tú conmigo y canciones de su primer disco, como Cuánto me duele y Mil tormentas. Cerca de las once llegó el falso final del concierto, con Como te atreves. Todavía faltaba Yo no merezco volver y Besos en guerra, el tema que lanzaron junto a su compatriota Juanes. Ovación ensordecedora y selfie final con los fans para el cierre de una noche de sueños cumplidos, arriba y abajo del escenario.
JB