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Busayrah se ha convertido en un nido de células durmientes del Estado Islámico amparadas por una población afín Efectivos de una unidad de las fuerzas de seguridad kurdas en Busayrah. N.S
Siete milicianos con los rostros cubiertos por pasamontañas, armados con Kaláshnikov y una ametralladora en la parte trasera del vehículo es la escolta que el oficial a cargo de la base militar de los Asayish, fuerzas de seguridad kurdas, considera necesaria para acompañar a la periodista al poblado de Busayrah, liberado del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) hace 16 meses, en la primera incursión de un medio de comunicación por sus calles.
“La mitad de los 15.000 habitantes de este pueblo son del ISIS y éste es el nido más importante de células durmientes en la región que a diario atacan nuestras patrullas”, apostilla el oficial. El último atentado se producía poco antes, cuando un coche bomba embestía contra un convoy de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), milicias kurdo árabes aliadas de la coalición, matando a un uniformado e hiriendo a tres, según fuentes de las FDS. “El ISIS no está acabado”, admiten los combatientes enmascarados. Estados Unidos y las FDS proclamaron la victoria sobre el ISIS hace una semana tras tomar el control de Baguz, a 100 kilómetros al sur de Busayrah y último reducto yihadista en el norte de Siria.
Avanzamos a toda velocidad por las calles de Busayrah donde las mujeres caminan cubiertas por negras abayas y velos integrales y ellos conducen motocicletas enfundados en anchas chaquetas y con los rostros cubiertos por bufandas. “El Estado Islámico no es lo que contáis en los medios, aquí muchas tribus se sumaron a él”, responde un hombre que rehúsa dar su nombre en un cibercafé. En un ambiente enrarecido por la irrupción de los milicianos, una veintena de clientes abandona la sala mientras el resto toman sus móviles para fotografiar a la extranjera y los armados. El califato tampoco parece haber desaparecido en este pueblo que amenaza con erigirse en un nuevo Baguz. “Tenemos miedo de los explosivos y de que se reanuden los combates”, lamenta Fátima, en la treintena y desplazada del sur. “Yo no sé nada del ISIS ni de los kurdos, soy analfabeta y no entiendo muy bien”, responde su compañera de camino que también lleva el rostro cubierto. Otro transeúnte se muestra abiertamente reacio a las milicias kurdas, que define como “fuerzas invasoras”.
“De día nosotros desplegamos los puestos de control en las carreteras, pero por las noches son los del Daesh [acrónimo peyorativo en árabe para el ISIS] quienes nos dan el relevo”, bromea un miliciano de las FDS mientras inspecciona un vehículo en la localidad de Marqadah, 70 kilómetros al noreste de Busayrah. El modus operandi suele ser el mismo: “Ataques con coche bomba o dos tipos a bordo de una moto que abren fuego”, remacha. Razón por la que no pocos conductores que se ven obligados a transitar por este tramo de pueblos “simpatizantes con el ISIS y, sin embargo, liberados” lo hacen a gran velocidad, con la pistola cargada en el regazo. “Las células durmientes son el principal riesgo ahora”, advierten los militares kurdos, árabes y de la coalición cuyos soldados también han sido golpeados por ataques.
Situada en la ribera oriental del Éufrates, Busayrah es tierra de agricultores adonde han ido a parar miles de desplazados huyendo de los combates. Lo han hecho ante el avance de las FDS inicialmente lideradas por milicias kurdas que han perseguido a los recalcitrantes yihadistas extranjeros del ISIS hasta arrinconarlos en la frontera con Irak, dominio de las tribus árabes.
“Si Turquía o el régimen sirio abren un nuevo frente, tendremos que mandar nuestros efectivos dejando un vacío detrás muy favorable para que el Daesh retome el territorio liberado”, valora en sus oficinas un alto cargo de la inteligencia kurda. Una postura que ha llevado a las FDS a incrementar su cuota de combatientes árabes para que sean estos quienes mantengan las posiciones ante un eventual contrataque del ISIS. “Los combatientes extranjeros están en la cárcel o bajo tierra pero los sirios que combatieron con el ISIS han sido liberados bajo la presión de sus líderes tribales y más de mil han integrado las FDS”, explica un oficial kurdo.
En estas tierras son las tribus Agedat y Bagara quienes dictan las normas. Ahmed es uno de los integrantes de la escolta y pertenece a la tribu Agedat, a la que acusan de haber dado la bienvenida al ISIS en el verano de 2014 y facilitar su rápida expansión. “En realidad la mitad de la tribu estaba a favor y la otra mitad en contra. Para muchos el ISIS trajo fortuna y comercio, pero a mí me encarcelaron dos meses por vender comida durante ramadán”, relata.
De vuelta a la base militar protegida por muros de hormigón, el joven miliciano se desprende del pasamontañas antes de ir a visitar a su familia oriunda de un poblado colindante al de Busayrah.
“Más de 50 yihadistas han muerto en bombardeos de los cazas de la coalición”, informó el jueves el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. Al día siguiente, el acceso a Baguz fue cerrado temporalmente para los medios que, como EL PAÍS, se habían desplazado a la base militar de Al Omar para integrar un convoy militar de las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF y milicias kurdo-árabes aliadas de la coalición). “El camino está minado y es peligroso”, alegaron oficialmente. “Hay una operación en marcha para acabar con docenas de yihadistas que siguen pertrechados en cuevas en un acantilado próximo al campo de Baguz”, revelan desde el anonimato, otros milicianos. “Hay que retirar los cadáveres antes de dar acceso a la prensa”, apostillan. Este recóndito pedazo del desierto sirio se ha convertido en la sepultura del remanente físico del califato, donde ha caído un número indeterminado de combatientes, mujeres y niños y ahí han quedado enterrados.