La cumbre entre Estados Unidos y Corea del Norte se ha interrumpido de forma abrupta este jueves en Hanói (Vietnam). Tras dos días de reuniones, la cita entre el presidente de EE UU, Donald Trump, acorralado por la declaración de su exabogado Michael Cohen en el Congreso, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, ha acabado con un sonoro fiasco. "Corea del Norte quería que se levantaran las sanciones por completo y no podíamos hacer eso", ha justificado el presidente estadounidense esta mañana, quien cree que el conflicto entre los dos países requiere "tiempo" para ser resuelto. "Conocemos cada pulgada de ese país", ha añadido Trump, que a continuación ha subrayado que Kim se ha comprometido a que Corea del Norte no va a hacer más pruebas nucleares. "[Kim Jong-un] dijo que no habría más pruebas de misiles, cohetes o de nada que tenga que ver con lo nuclear. Es todo lo que dijo", aseguró el mandatario notamericano.
Hasta poco antes del anuncio del fin de la cumbre, el ambiente de ambas delegaciones era de optimismo. De hecho, Trump definió su relación con el líder norcoreano como la de dos “enamorados”, lo que invitaba a creer que la la segunda y última jornada de sus negociaciones sobre desnuclearización, en el histórico hotel Metropole de Hanói, podía acabar con un acuerdo. Como hicieron en su cena el miércoles, ambos iniciaron su conversación con optimismo y la intención de conseguir “buenos resultados”. Durante su comparecencia tras el cierre de la reunión, el presidente norteamericano habló de la atmósfera de las negociaciones: "Muy buena y muy amistosa. Hemos recorrido un trecho. Estamos en posición de producir algo bueno después de décadas".
La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, ha señalado en un comunicado que los equipos de ambos países "volverán a reunirse en el futuro" y ha calificado de "muy buenas" y "constructivas" las reuniones entre Trump y Kim.
El lenguaje corporal de los dos líderes era notablemente más suelto que la noche previa, cuando tras el primer apretón de manos y palmada en los hombros los líderes permanecieron unos segundos mirándose y sin saber qué decir. Pese a la incomodidad de la mesa redonda entre ambos, que les marcaba cierta distancia, se mostraron relajados y relativamente optimistas, un optimismo que luego no se tradujo en ningún acuerdo tangible debido, al menos según la versión del presidente Trump, a las exigencias de Pyongyang: "No olvidéis", señaló el magnate durante su rueda intervención, "que somos socios de muchos países, incluyendo Rusia, China y por supuesto Corea del Norte. No quiero hacer algo [llegar a acuerdos] que vayan a romper la confianza que hemos construido [con esos socios]".
Tan sueltos estaban en las horas previas al fin de la cumbre que incluso Kim, que jamás ha concedido una entrevista a un periodista extranjero y que guarda sumamente las distancias con la prensa propia, respondió por primera vez en la historia a la pregunta de un reportero estadounidense, David Nakamura, de The Washington Post. ¿Qué perspectivas ve a la cumbre? “Es demasiado pronto para decirlo, pero no puedo decir que sea pesimista. Tengo el presentimiento de que veremos buenos resultados”. ¿Está listo para desnuclearizar Corea del Norte? “Si no, no estaría aquí”. Y ¿está dispuesto a permitir, como se baraja, la apertura de una oficina de enlace en Pyongyang? “Eso es algo a lo que daríamos la bienvenida”. Y Trump, al oír esto último: “¡Estupendo!”
De manera similar, pero con muchas más palabras, se expresó el presidente estadounidense, que prometió excelentes resultados en el proceso de negociación y para la economía norcoreana “con un poco de ayuda en la buena dirección”.
Trump, que en otras ocasiones se ha dejado llevar por un excesivo entusiasmo a la hora de prometer unos resultados que no llegaron a la altura de las expectativas, quiso moderar las esperanzas de que se vaya a llegar a un acuerdo de alcance o que se vaya a lograr un cambio radical en poco tiempo. “Queremos hacer lo correcto, la velocidad no es importante”.
El presidente estadounidense Trump y el líder norocoreano Kim durante un receso en las negociaciones, este jueves en Hanói. SAUL LOEB AFP
Una prudente precaución ya que en el último momento todo el paquete preparado cuidadosamente se deshilvanó. La comida prevista entre los dos líderes se cancelaba, y todo el programa se adelantaba dos horas. De repente, la Casa Blanca dejaba de confirmar que fuera a llegar un anuncio conjunto.
Los dos líderes llegaban con la presión de salir con resultados concretos bajo el brazo, para evitar que su proceso negociador pierda credibilidad. Y necesitaban conseguir resultados pronto: en la segunda mitad del año, Estados Unidos ya entrará en precampaña electoral; Corea del Sur, el principal valedor del proceso, comenzará también a poner la mirada en sus propias elecciones legislativas, previstas para abril del año próximo.
Entre los posibles pasos a cerrar en las negociaciones que continuarán este jueves, se había adelantado la posibilidad de un acuerdo para declarar el fin formal de la guerra de Corea (1950-1953), técnicamente solo detenida hasta ahora por un armisticio que ya dura setenta años. Aunque no tendría la fuerza de un tratado de paz -un paso mucho más complejo y que requeriría, entre otras cosas, la aprobación del Congreso estadounidense-, sí representaría un paso de una enorme importancia simbólica. El cese formal de las hostilidades entre los dos países hubiera parecido impensable en 2017, cuando Corea del Norte probaba todo tipo de misiles balísticos y los dos líderes intercambiaban insultos a cual más colorido e hiriente.
El desmantelamiento de Yongbyon
Era una de las grandes exigencias de Corea del Norte en este proceso de negociación, además de una relajación del régimen de sanciones internacionales. A cambio del acuerdo de paz, Kim podría conceder el desmantelamiento de su centro nuclear de Yongbyon, el núcleo histórico de su programa de armamento.
A ello se le sumarían la entrega norcoreana de más restos de soldados estadounidenses caídos en la guerra -un paso que ya prometió en Singapur- y el establecimiento de oficinas de enlace en los respectivos países.
Era un triunfo que Trump necesitaba, para desviar la marejada en casa que había levantado la declaración de su abogado personal en el Congreso. Con el acuerdo en la mano, podía presentarse como un estadista que con sus métodos poco ortodoxos ha conseguido una paz que no pudo lograr ningún otro presidente estadounidense.
Kim Jong-un, del que sus medios estatales publican hoy amplios despliegues de fotos de multitudes que le aguardan en Hanoi, puede presumir de haber devuelto a su país al sistema internacional, de codearse de igual a igual con el líder más poderoso del planeta y de haberle arrancado una paz imposible durante setenta años.
Los dos líderes mantuvieron primero una reunión a solas, por espacio de 45 minutos, asistidos únicamente por sus intérpretes. Más tarde se les sumaron sus respectivos equipos para una sesión negociadora de dos horas. Algo -aún no se sabe qué- no salió como se había previsto.
La primera reunión de los dos hace ocho meses en Singapur, el único encuentro hasta ahora entre líderes de EE. UU. y Corea del Norte, se había saldado con una vaga declaración de intenciones. Desde entonces, apenas se habían producido progresos en las conversaciones, debido principalmente a las grandes diferencias entre las dos partes sobre lo que significa “desnuclearización”. Para Washington, implica que Corea del Norte se deshaga de su arsenal de manera completa y verificable. Para Pyongyang, que desaparezca el paraguas nuclear estadounidense que protege a Corea del Sur y amenaza al Norte.