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El inesperado resultado, con los euroescépticos a dos décimas de la victoria, se ha transformado en un amargo aldabonazo para las instituciones europeas
Las elecciones generales del domingo en Finlandia eran poco más que un aperitivo antes de los comicios europeos que se celebrarán del 23 al 26 de mayo en todo el continente. Pero el inesperado resultado finlandés, donde ningún partido ha llegado al 20% de los votos y los euroescépticos se han quedado a dos décimas de la victoria, se ha transformado en un amargo aldabonazo para unas instituciones europeas aferradas a los sondeos que indican la popularidad del proyecto europeo en los turbulentos tiempos del Brexit. El primer susto electoral de Bruselas en 2019 indica que ese supuesto apego no impide el ascenso de fuerzas ultraderechistas y euroescépticas.
Desde la derecha, el líder de la Liga, Matteo Salvini, el portavoz de AfD Joerg Meuthen y el dirigente de Verdaderos Finlandeses Olli Kotro, en un acto conjunto en Milán el 8 de abril. MIGUEL MEDINA AFP
Bruselas lleva semanas automasajeándose con dos mantras tranquilizadores de cara a las elecciones al Parlamento Europeo. El primero proclama que el Brexit ha pasado de ser un temido virus a convertirse en la mejor vacuna contra el euroescepticismo. La segunda consigna martillea que el caos político del sentencia que los populistas ya no se atreven a proclamar su eurofobia por miedo a perder votos. La balsámica letanía resonaba bien en los pasillos comunitarios. Hasta la noche del 14 de abril.
Ese domingo, las elecciones en Finlandia provocaron el hundimiento de los liberales, que encabezaban un Gobierno partidario de aplicar a rajatabla las recetas de austeridad y reformas de Bruselas. En cambio, el partido de ultraderecha y euroescéptico Verdaderos Finlandeses doblaba escaños y se ha quedaba a 6.813 votos del partido más votado, unos socialdemócratas que ganan por primera vez en 20 años, pero con el segundo peor resultado de toda su historia. El partido de gobierno se hunde, el de oposición apenas mejora y la ultraderecha, en cambio, recupera más de 300.000 votos respecto a las municipales de 2017, en las que pagó su paso por el Ejecutivo y su posterior fractura. Todo ello en medio del Brexit caótico llamado a servir de anticuerpo para las derivas euroescépticas.
En otro momento, las vicisitudes electorales de un país de poco más de cinco millones de habitantes como Finlandia apenas hubieran llamado la atención en Bruselas. Pero la fragmentación y polarización del panorama político finlandés llega a mes y medio de las elecciones al Parlamento Europeo y ambos factores son un amargo aperitivo para los partidos europeístas, que dominan desde hace 40 años el hemiciclo comunitario con un mensaje centrista y centrado.
"El resurgir [de Verdaderos Finlandeses] podría tomarse como un augurio del resultado de otros partidos euroescépticos en las próximas elecciones europeas", señala el análisis de Bert Colijn, economista senior para la Eurozona del banco ING. Colijn apunta que los sondeos todavía indican una victoria de los partidos más o menos de centro, y que tendría que producirse un giro muy drástico del electorado en gran parte del continente para que llegue a formarse a nivel europeo "un gran bloque nacionalista que cambie las políticas de la UE".
Pero el caso finlandés muestra que los sondeos tienen dificultades en captar los vaivenes de la opinión pública en una situación tan fluida (o líquida, dirían los filósofos) como la actual. Los Verdaderos Finlandeses parecían una fuerza euroescéptica amortizada, con apenas un 10% de intención de voto. Las proyecciones de voto del Parlamento Europeo (en base a sondeos nacionales), actualizadas dos semanas antes de las elecciones del domingo, solo le otorgaban dos escaños en el próximo hemiciclo comunitario, con un 11,1% de votos.
En cuestión de días, el partido ultra ha llegado al 17% y ha rozado el empate con los socialdemócratas, a quienes se pronosticaba una holgada victoria con más del 20%. Y el primer susto euroescéptico de Bruselas en 2019 podría no ser el último porque el caldo de cultivo finlandés se repite en otros países, desde Dinamarca y Suecia a Austria o Alemania. Incluso países presuntamente inmunes al fenómeno como España o Portugal ya cuentan con formaciones como Vox o Chega, respectivamente, cuyo discurso está teñido de mensajes contra Bruselas.
En casi todos los países se dan las mismas circunstancias que han facilitado el salto de Verdaderos Finlandeses hasta el segundo puesto de unas elecciones generales. Por un lado, la extrema derecha ha logrado endurecer el discurso sobre la inmigración de casi todas las formaciones por lo que sus mensajes xenófobos resultan algo menos estridentes. Por otro, los partidos conservadores han suprimido en varios países el cordón sanitario que aislaba a las formaciones extremistas y les impedía el acceso al poder, lo que ha contribuido a hacerles más digeribles para una parte creciente del electorado.
Austria fue el primer país donde la ultraderecha entró en el Gobierno en el año 2000, para gran escándalo del resto de socios comunitarios. Ahora, se sienta en el Ejecutivo del popular Sebastian Kurz y los ministros del partido ultra FPÖ han dirigido con normalidad los consejos de ministros europeos durante la reciente presidencia semestral de Viena en la UE.
Los liberales y conservadores finlandeses también incorporaron a la ultraderecha al ejecutivo, bajo la premisa de que el ejercicio del poder les desgastaría y limaría sus asperezas. La lección en Helsinki ha sido paradójica. Las funciones ejecutivas resquebrajaron a Verdaderos Finlandeses, pero ha sido el ala más dura y euroescéptica la que ha salido reforzada y ha recuperado el apoyo electoral perdido por los moderados.
El endurecimiento de la derecha y la normalización de la ultraderecha se unen a la evidente dificultad de las dos familias políticas tradicionales (democracia-cristiana y socialdemocracia) para dar respuesta al gran dilema electoral de las últimas décadas: cómo despejar al mismo tiempo el temor a que se hunda el sistema de protección social y el temor a una inmigración que parece ser imprescindible para el mantenimiento de ese sistema.
El debate sobre derechos sociales e inmigración, según coinciden los analistas, dominará mucho más la campaña electoral europea que las proclamas de Emmanuel Macron o Viktor Orbán a favor o en contra de Bruselas. Para las instituciones comunitarias ambos debates son dos caras de la misma moneda, porque la resolución de los problemas cotidianos como la gestión de fronteras pasa por decidir el nivel de soberanía compartida que acepta cada país. Pero las batallas electorales no se prestan a matices y la recta final hacia las elecciones de mayo puede derivar en una trifulca de trazo grueso que favorezca al bando de los Salvini y los Orban mucho más de lo que apuntan los sondeos actuales.
Janis Emmanouilidis, director de estudios en el think tank EPC de Bruselas, ya preveía antes de las elecciones en Finlandia que la campaña europea se convertirá en un choque entre el bando liberal y europeísta y el iliberal y antieuropeo. Pero añadía que ambos bandos también presentan profundas divisiones internas que pueden derivar en una estruendosa cacofonía que paralice el proyecto europeo. Emmanouilidis advierte en un informe recién publicado del EPC sobre la próxima legislatura europea que "hay muchas posibilidades de que este [choque] amplificará el nivel de fragmentación y de desconfianza y se limitará así la capacidad de la Unión durante los próximos años de dar respuestas políticas a los numerosos desafíos internos y externos".