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Las tecnológicas parecen dispuestas a tutelar lo que los usuarios consumen Tim Cook presenta la nueva línea de negocio de Apple, la semana pasada en Cupertino, California. NOAH BERGER AFP
La revolución digital ha provocado terremotos empresariales de grandes dimensiones. El primero fue la fusión protagonizada por AOL y Time Warner en el año 2000, que unía al mayor proveedor mundial de acceso a Internet y a una potencia en la producción periodística, televisiva y cinematográfica. Pese a que el conglomerado se divorció nueve años más tarde, su estrategia abrió el camino a otras compañías. Siguiendo esa estela, hace pocos días Disney formalizó la compra de Twenty-First Century Fox para alimentar Disney +, un servicio de streaming diseñado para competir con Netflix, Amazon o HBO.
Pocas empresas como las tecnológicas han diversificado de manera más eficaz sus negocios para adaptarse a los tiempos y ofrecer nuevos servicios con los que atrapar la atención (y el dinero) de los usuarios. En este nuevo tablero de juego, la última gran apuesta ha sido la mutación de Apple, una marca dedicada a la fabricación de ordenadores y teléfonos móviles, que ahora se propone dar el salto al mundo de los servicios y los contenidos. No solo vende el soporte; también quiere distribuir sus propias producciones (series de ficción o documentales) y lanzar una oferta de suscripción a noticias, con la colaboración de grandes cabeceras de diarios y revistas, y de acceso a videojuegos. Un plan ambicioso cuya guinda es la puesta en circulación de su tarjeta de crédito propia de la mano de Goldman Sachs y MasterCard.
Con Apple TV +, la plataforma de vídeo a la carta, la tecnológica aspira a dar un buen bocado a un sector, el del entretenimiento, que amenaza con poner patas arriba a la televisión convencional. Una de las marcas más emblemáticas de la economía digital ha descubierto que los contenidos son un filón y está dispuesta a invertir generosos presupuestos. Apple quiere hacerse un hueco en este segmento y dispone de dinero para jugar a lo grande.
Para seguir creciendo, las grandes corporaciones se están viendo obligadas a abrazar nuevas líneas de negocios al margen de su actividad principal. La diversificación no es una técnica empresarial nueva, pero los grupos tecnológicos la han desarrollado con más intensidad y probabilidades de éxito que otros mercados. El mundo cambia y las empresas se reinventan, acometen procesos disruptivos y se adaptan a un nuevo entorno; desarrollan distintas líneas de producción para sumar oportunidades de crecimiento. Las tecnológicas y las telecos no se conforman con poner los medios para conectar a la gente o facilitar su comunicación. Tienen lo más importante, los datos, una palanca para canibalizar otros ámbitos, como el de los préstamos personales online o los seguros. Y, sobre todo, parecen querer tutelar lo que los usuarios consumen. La multiplicidad de servicios choca a menudo con las reglas de competencia; este es un flanco que las autoridades tienen que vigilar. Ante el riesgo de que los contenidos made in USA colonicen también los teléfonos, Europa necesita cortafuegos, como ha hecho en el ámbito audiovisual, para salvaguardar su industria y su cultura.
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