Disney en concierto es más que música en orquesta acompañando imágenes de clásicos de Disney en la pantalla enorme dispuesta en el Teatro Colón. Porque además de los 90 músicos, hay 67 artistas, entre cantantes y bailarines, que en la mayoría de los temas icónicos los interpretan y danzan, hay un despliegue de vestuario inusual, efectos, proyecciones, una alfombra mágica que vuela por el escenario y hasta nieva en el Colón.
Ya se imaginarán de qué películas estamos hablando.
"Nuestro huésped sea usted". Uno de los temas de "La Bella y la Bestia".
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Si usted no es uno de los 14.000 afortunados que tiene su entrada -están prácticamente agotadas todas las localidades para las seis funciones, que terminan el domingo- sepa que, si llega temprano, los personajes de Disney lo recibirán mientras lo acomodan en la platea. Pero no importa: si llega cuando Mickey le da la batuta al director musical Enrique Arturo Diemecke, ante la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, no se ha perdido mucho.
Y no sabe todo lo que tendrá para disfrutar.
Es fácil advertir en la platea la comunión entre distintas generaciones que han gozado viendo películas de Disney. Y tras un popurrí que sirve de obertura, llega Aladdin. Casi todas las películas que se representan tienen dos temas musicales -salvo Moana, en el primer acto, y otras tres que están en el segundo: Enredados, Tarzán y Frozen-, como para calmar la ansiedad.
"La Bella y La Bestia". En la pantalla, imágenes de la película. En el escenario, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, los personajes y los cantantes que interpretan a dúo la canción.
Claro que Frozen es una catarata de hits, y entonces habrá sido difícil la selección -igual, están las tres que todos tararean ¿Y si hacemos un muñeco? (que canta una niña), Finalmente y como nunca y, por supuesto, Libre soy-.
¿Qué no están todas las películas? Obvio. ¿Qué La Sirenita merecía estar, en vez de alguna otra película? También. Que qué hacen los intérpretes de las canciones de Tarzán vestidos de cuero y zapatillas, anacrónicamente: es lo único que hace ruido, porque los momentos que emocionan abundan, con Aladdin, La Bella y la Bestia y Frozen a la cabeza. Y porque los cantantes interpretan -cantan y se mueven- de manera estupenda.
Otro gran momento es en El Cascanueces y los cuatro reinos: quienes bailan son alumnos de la carrera de Danza del Instituto Superior de Arte.
Ballet. El espectáculo, que coproducen el Teatro Colón y Disney, es casi un show multimedia.
El final es la apoteosis. Como si la puesta original del musical de El Rey León hubiera desembarcado en Buenos Aires, los animales deambulan por el pasillo de la platea, en el preámbulo de El ciclo sin fin. Toda la sorpresa y la magia del tema se luce a lo Broadway -los trajes de todo el show son un mix entre algunos traídos de los Parques temáticos de Disney, en Orlando, y sastrería del Colón- sirven como golpe final, un broche que, claro se continúa con el Gran Finale, con Mickey, Minnie, Pluto, Goofy y el Pato Donald, y las princesas incluidas.
Para los puristas del Colón tal vez que en la cúpula pintada por Berni se proyecten imágenes referidas a Moana, o copos de nieve, puede ser mucho. Piensen que ésta es una coproducción entre Disney y el Colón, donde los gastos -y las ganancias- se repartieron por partes iguales, y si ese dinero sirve para apoyar la temporada del Colón…
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Es cierto que es casi como estar en un Parque temático de Disney, y no sólo por lo estimulante que se ve en escena. Ya es un mal endémico, hay espectadores que prefieren filmar con el celular para subirlo a las redes sociales y compartir o mostrar que estuvieron, en vez de disfrutar el momento. Como si estuvieran en Orlando, pero sentados.
Eso contrasta con el silencio de los niños, que siguen embelesados cada momento de este show sumamente disfrutable, tenga 3 o 78 años.