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Cataluña necesita nuevas fuerzas que busquen el diálogo frente a las trincheras El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, este jueves en el Club de la Prensa de Bruselas (Bélgica). ARIS OIKONOMOU AFP
La deriva populista y euroescéptica que Carles Puigdemont ha imprimido al espacio político que en su día ocupó Convergència Democràtica de Catalunya está comenzando a levantar contestación interna. Un sector del PDeCAT considera una escisión para, desde fuera y con un nuevo partido, recuperar los valores originales del catalanismo conservador que, con todos sus defectos y su rastro de corrupción, reportó claros réditos a Cataluña en forma de avances competenciales, progreso social y mejoras en el sistema de financiación. Bienvenida sea toda iniciativa que, incluso desde posiciones independentistas, anteponga el bienestar del conjunto de los ciudadanos y el diálogo político por encima del enfrentamiento permanente que busca Puigdemont desde su guarida belga. Aunque llegue tarde y presente todavía muchas lagunas, el proyecto de la excoordinadora del PDeCAT, Marta Pascal —una joven política, con un currículo limpio—, de intentar una desescalada del conflicto dejando a Puigdemont fuera de juego merece ser tomada en consideración por la simple necesidad de que aparezcan nuevas plataformas que abunden en el diálogo y no en las trincheras.
El plan de Pascal se edifica sobre el convencimiento certero de que los postulados de Puigdemont están condenados al fracaso y que no solo arrastran al precipicio al autogobierno y a sus instituciones, sino también al conjunto de catalanes que tienen que aguantar cómo su futuro lo decide desde Waterloo alguien que carece de cualquier responsabilidad institucional. Prueba de ello es que Puigdemont tendrá que enfrentarse solo a las elecciones europeas porque todos sus socios tradicionales le han dado la espalda. Especialmente significativo es que el PNV se haya descolgado de su candidatura europea y apueste sin ambages por el “autogobierno” y no la “autodeterminación” como destacó ayer la cúpula jeltzale. Es momento de que también dentro del independentismo asuman el liderazgo quienes, sin renunciar a sus principios y convicciones, estén dispuestos a apostar por la colaboración institucional, la gobernación responsable y aparcar los sectarismos. A Cataluña y al conjunto de España le ha ido bien cuando el catalanismo ha mostrado su cara pactista y no la rauxa demoledora que a punto ha estado de acabar con las instituciones catalanas.
Otra cuestión es quién debe liderar la nueva etapa. Artur Mas vuelve a aparecer entre bambalinas presentándose como posible solución al incendio que él mismo propagó cuando dejó la Generalitat en manos de la CUP y de Carles Puigdemont. Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana, se ha desmarcado de la vía unilateral pero tampoco ha dado un paso decisivo para apartar del poder a quienes, como el presidente Torra, siguen incendiando, día sí y día también, los estrechos espacios de convivencia en Cataluña. Corresponde a las bases de cada partido y a los votantes elegir sus liderazgos pero estos no deberían olvidarse de valorar qué hipotecas dejan sus líderes al final de cada etapa. Y la herencia de los actuales dirigentes independentistas no puede ser más pobre para una comunidad que quiere presumir de tolerancia, progreso y europeísmo.
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