El domingo pasado fui a ver la última función de Powder her Face, la ópera de Thomas Adès que subió en el Teatro 25 de Mayo en una producción de la Opera de cámara del Colón, con dirección musical de Marcelo Ayub y régie de Marcelo Lombardero. Fui “de civil”, por puro interés; ya mi colega Laura Novoa hizo la crítica cuando la Compañía la estrenó en 2018 (la calificó de “excelente”). No me quería perder la ópera prima de un autor especialmente talentoso que navega entre diversas aguas y se ha oído muy poco en la Argentina (en 2017 la pianista Haydée Schvartz presentó en la Sala Casacuberta su bellísima Darknesse Visible, sobre una canción de John Dowland).
Powder her Face es de 1995. El prodigio Adès la compuso a los 24 años; el libreto de Philip Hensher se basa en un hecho real protagonizado por la Duquesa de Argyll: un escándalo sexual en el seno de la aristocracia inglesa en los años ‘60, que derivó en un resonante divorcio y alimentó durante meses las primeras páginas de la prensa sensacionalista británica.
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La Duquesa, al parecer, no se privó de nada, y Adès tampoco: en la ópera hay una felación escrita de la primera a la última nota, tanto en sentido instrumental como vocal: esto es, la felación es vocalizada por el mismo personaje (la Duquesa) que la practica. Este ingenioso caso de “doble oralidad” prestó a la ópera cierta fama adicional, pero la obra no atrapa tanto por sus provocaciones como por su desolación progresiva; todo el segundo acto es una caída lenta e inexorable, y la música de Adès lo transmite de un modo magistral. “El final es patético y tristísimo, uno de los más tristes y conmovedores que yo haya oído en toda mi vida”, me había dicho Lombardero cuando conversamos antes del estreno. El domingo pude comprobarlo.
La obra de Adès no es una ópera en el sentido de tantas otras piezas del teatro musical contemporáneo, un campo por naturaleza tan abierto que cualquier cruce entre palabras, música y escena puede ser llamado “ópera”. Powder her Face se inscribe en la tradición lírica con no menos resolución que Billy Bud de Britten o Wozzeck de Berg, y también con no menos exigencias vocales y dramáticas (a Adès le gustan los desafíos técnicos: si en su primera ópera la protagonista debía cantar -y simultáneamente practicar- una felación, en su reciente El ángel exterminador, la ópera sobre la película de Buñuel que se presentó en 2017 en el Metropolitan, el personaje de la “Valquiria”, debe alcanzar una nota casi imposible, un la sobreagudo).
No sé en cuántos teatros del mundo se puede asistir a una realización como esta de la Opera de Cámara del Colón; especialmente por el nivel vocal y teatral de los intérpretes, en este caso (hubo dos repartos) las sopranos Daniela Tabernig (Duquesa) y Oriana Favaro (Criada), el bajo-barítono Hernán Iturralde (Manager del hotel) y el tenor Santiago Burgi (Electricista). Es sabido que la Argentina es desde hace mucho tiempo un semillero de cantantes líricos, pero en los últimos tiempos se ha sumado una nueva cualidad a la vocal: la del teatro. Hoy el medio local cuenta con un conjunto de cantantes excepcionales entregados a la acción teatral con una convicción y un profesionalismo acaso inéditos, lo que sin duda tiene mucho que ver con la militancia artística de Marcelo Lombardero, ex barítono de ópera cuya pasión por el teatro lo llevó a la dirección escénica (y, en breve, al teatro de prosa, ya que este año debutará con dos obras en el San Martín).
Lombardero es el director de la Ópera de cámara de Colón, una compañía que este año cumple sus Bodas de oro. Aunque esto es cierto sólo a medias; no fueron 50 años realmente vividos; fue largamente discontinuada y renació en varias ocasiones; a veces salió del Colón y otras funcionó en su sala principal. Ahora está en modo itinerante, acaso el más conveniente: por un lado, las óperas de cámara van mejor (se captan más intensamente) en teatros de cámara que en el gigantesco escenario del Colón; por el otro, se ha rescatado el Teatro 25 de Mayo de la Avenida Triunvirato, a dos cuadras del Subte B, una preciosa sala con foso orquestal que, como casi todo en esta ciudad, ha sido rebautizada “Centro Cultural”.
Se trata de un cumpleaños un poco engañoso, es cierto, pero de todas maneras no se lo puede dejar de celebrar.