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La UE reacciona ante la emergencia de China como superpotencia Dos jóvenes, ante una tienda de Huawei, símbolo de la nueva generación de redes tecnológicas chinas. Andy Wong AP
China ha sido hasta ahora un socio fiable, también un competidor temible y ahora, según una comunicación de la Comisión Europea dirigida a las otras instituciones de la UE, se está convirtiendo en “un rival sistémico”. Ha terminado la época del ascenso pacífico en la que Pekín desplegaba una política exterior llena de contención y prudencia, tal como propugnaba en su día Deng Xiao Ping, el fundador del eficaz comunismo capitalista chino. Con la consolidación del liderazgo de Xi Jinping, el dirigente comunista más personalista desde Mao Zedong, ya no es posible esconder la ambición china de adquirir el estatuto de primera superpotencia, tal como reconoce el documento, especialmente a la vista del repliegue, la inhibición y el unilateralismo de Donald Trump, significativo representante del regreso a una tradición aislacionista estadounidense bien viva hasta 1914.
En el reconocimiento de China como rival sistémico hay una inteligente modulación de las necesidades europeas respecto a sus relaciones exteriores. La antigua superpotencia que ha sido Rusia es el origen de muchas dificultades y roces con la Unión Europea y con buen número de sus países socios, pero el auténtico rival estratégico, en el largo plazo y desde el punto de vista del proyecto europeo, es la República Popular China, que está trabajando en la construcción de una globalización económica e incluso política alternativa a la que ha encabezado Estados Unidos durante 70 años.
Sin dejar de participar en las actuales instituciones internacionales, China ha empezado a levantar instituciones alternativas. Desde un banco de inversiones para Asia y una institución de cooperación asiática multilateral, como la Organización de Shanghái, hasta una iniciativa global de infraestructuras e inversiones como la llamada Belt and Road Initiative (BRI), con la que Pekín pretende organizar las inversiones, las comunicaciones y el comercio global según una inspiración imperial tradicional inscrita en el propio nombre del país como centro del mundo.
El brazo más preocupante para los europeos de esta política es la institucionalización de las relaciones de China con los países de la Europa Central y Oriental (11 países socios de la UE y 5 candidatos balcánicos), conocida bajo la fórmula 16+1, a la que ahora puede unirse la Italia de Salvini con su adhesión a la BRI. Las dificultades europeas con su política exterior y el repliegue nacionalista de buen número de países europeos facilitan, por añadidura, la política de dividir para imperar que tantas veces se ha aplicado a Europa y que ahora atrae a Pekín, dispuesto incluso a tantear alternativas a la propia UE.
Las relaciones entre Europa y China, positivas en tantos aspectos, se caracterizan por su asimetría y falta de reciprocidad. Pekín acepta las reglas multilaterales cuando van a su favor, pero consigue eludirlas o crear reglas propias cuando le interesa. Sucede desde el plano más elemental de las empresas hasta las grandes decisiones en los organismos internacionales. Contrastan las facilidades que tienen las empresas y los inversores chinos, perfectamente controlados por el Estado-partido, con las dificultades de las empresas y los inversores extranjeros en China. Parte de esas asimetrías, las que afectan a la libertad de información, China las comparte con Rusia y con otros países autoritarios, que cuentan con abundantes medios de comunicación y propaganda de difusión internacional, incluso de interferencia digital en la política occidental, pero bloquean el acceso dentro de sus países a los medios occidentales.
Todavía más preocupantes son los avances tecnológicos en los que China empieza a destacar, en ocasiones fruto de discutibles y preocupantes transferencias de tecnología y de derechos de propiedad intelectual. En la telefonía móvil 5G y en la inteligencia artificial, en los que Pekín ha demostrado sus enormes capacidades, no están en juego tan solo mercados apetitosos sino también cuestiones que afectan directamente a la seguridad y a las libertades civiles. La UE quedará muy corta si se limita a denunciar las ambiciones de China como superpotencia y sigue en cambio estancada en sus deficiencias políticas como tímido actor global.
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