“Salid del agua y votadme”, fue el mensaje que había lanzado el primer ministro a quienes sacaban partido de la semifestiva jornada electoral en una playa de Netanya, al norte de Tel Aviv. El líder del Likud prosiguió incansable su campaña hasta el último minuto. “Si queréis que sigamos gobernando el Likud y yo tenéis que ir a los colegios electorales antes de venir a la playa”, recriminó a los bañistas, “o mañana os despertaréis con un primer ministro de izquierda”.
Con las escuelas, fábricas y oficinas cerradas, muchos israelíes se dirigieron hacia las playas en uno de los primeros días cálidos y soleados tras un invierno inusualmente largo en Oriente Próximo. La participación electoral cayó hasta el 68% de los 6,3 millones de electores censados, cuatro puntos inferior a la de las legislativas de 2015, en las que la tasa de afluencia final a las urnas rozó el 72%.
ENCUESTA A PIE DE URNA DEL REPARTO DE ESCAÑOS
Según el Canal 13 (televisión israelí)
Gesher (centro), Zehut (ultraderecha libertaria) y Balad (Lista árabe) no lograrían escaño al no superar el 3,25% de los votos nacionales.
Fuente: Canal 13 EL PAÍS
Netanyahu, de 69 años, en el poder de forma ininterrumpida desde 2009 y acosado por los escándalos de corrupción, regresó a primera hora de la tarde a Jerusalén y reunió a su equipo electoral. Luego dio su habitual campanada de la jornada de votación para movilizar a los indecisos de la derecha. Si en 2015 la voz de alarma fue el mensaje de que los árabes estaban votando “en manadas” frente a la abstención de los judíos, esta vez el grito de aviso ha sido la predicción de un vuelco izquierdista en favor del principal candidato de la oposición.
El exjefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el teniente general Benny Gantz, de 59 años, no es el izquierdista que describió Netanyahu en sus mensajes de campaña, sino un centrista moderado, partidario de una negociación con los palestinos que apenas altere el statu quo de la ocupación y poseedor de una cierta conciencia económica y social, frente al neoliberalismo que caracteriza al Likud.
En un fragmentado futuro Parlamento, con una docena de partidos disputándose el poder —la mayoría de ellos por debajo del 5% de los votos—-, y en el que las dos formaciones mayoritarias rondan el 26% de los sufragios, las combinaciones con mayores posibilidades de formar gobierno favorecen a Netanyahu. El primer ministro parece contar en principio con el apoyo de unos 65 diputados para forjar una coalición gubernamental. Su rival centrista, privado de apoyos en la mermada oposición, está lejos de alcanzar la mayoría absoluta.
El bloque de centroizquierda, que ahora lidera la alianza centrista Azul y Blanco del exgeneral Gantz, agrupa a laboristas, una fuerza venida a menos que va a obtener una cuarta parte de los escaños que recibió en 2015, una catástrofe política en toda regla que cabe atribuir a su último líder, Avi Gabbay. También incluye a la izquierda pacifista de Meretz, que parece tener garantizada su presencia en la Kneset y sobrevive, con apenas cuatro escaños, al límite de la irrelevancia.
Los divididos partidos árabes —Haddas-Taal (seis escaños) y Raam-Balad (al filo de la exclusión, con cuatro diputados)— han sufrido las consecuencias de la baja participación en los municipios con mayoría de población árabe, en mínimos históricos, según la prensa hebrea, tras haber alcanzado su máximo en 2015, con dos terceras partes de los censados.
Desde Cisjordania, el secretario general de la Organización para Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat, consideró que los resultados muestran que "los israelíes han dicho no a la paz y sí a la ocupación", ya que solo una decena de los 120 diputados de la nueva Cámara respaldan la solución de los dos Estados, es decir, un Estado palestino independiente.
Hay elementos desestabilizadores que comprometen la formación de Gobierno tras los comicios. La fragmentación de las coaliciones posibles apunta a que las exigencias de los partidos minoritarios se pueden tornar disparatadas, tanto en carteras como en presupuestos, muy por encima de su representación real.
El bloque conservador, encabezado por el Likud de Netanyahu, congrega a media docena de partidos ultraderechistas, nacionalistas, religiosos y de colonos acérrimos defensores de la ocupación. La previsión de chantaje político continuado es particularmente creíble en el campo de la derecha, donde los partidos ultraortodoxos —Unión por la Torá y el Judaísmo (judío askenazi, ocho escaños) y Shas (sefardí u oriental, ocho diputados)— succionan fondos para sus instituciones religiosas y centros educativos. Ambas fuerzas ultrarreligiosas han logrado un notable éxito al movilizar a sus fieles votantes, que representan un 11% de la población.
El partido Israel, Nuestra Casa rozó la exclusión, pero ha logrado mantenerse con cinco escaños. Liderado por el exministro de Defensa y Exteriores Avigdor Lieberman, defiende solo los intereses de la comunidad de origen ruso, laica y ultraconservadora. La Unión de Partidos de Derecha (cinco escaños), mientras tanto, en la que priman los colonos religiosos de Cisjordania, ha incorporado a la formación Fuerza Judía, heredera del partido racista Kach. Fue proscrito hace tres décadas por incitar a la violencia hacia los palestinos propugnada por su jefe de filas, el rabino Meir Kahane.
El partido Nueva Derecha —codirigido por el ministro de Educación, Naftali Bennett, y la titular de Justicia, Ayelet Shaked, ambos antiguos dirigentes del Likud— no ha superado el umbral del 3,25% de los votos, pese a sus agresivos vídeos de campaña. Los centristas moderados y reformistas de Kulanu (cuatro escaños), cuyo líder es el ministro de Finanzas, Moshe Kahlon, se inclinarán previsiblemente por repetir su actual alianza con Netanyahu.
La gran incógnita era la del líder del ultraderechista partido Zehut, Moshe Feiglin, que finalmente fue expulsado de la carrera hacia la Kneset por no superar el umbral mínimo. Partidario de la anexión de los territorios palestinos y decantado hacia un ultraliberalismo económico rayano en la supresión del Estado, enarboló la bandera de la despenalización del consumo de marihuana para captar el voto joven y desencantado. En Israel, la mitad de la población reconoce haber fumado derivados del cannabis al menos una vez en su vida pese a estar prohibido y sancionado.