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El número dos arrolla a Wawrinka en su mejor partido del año sobre tierra (6-1 y 6-2) y afronta a Tsitsipas en las semifinales: “Era un día para dar un paso adelante, ha salido el partido que quería” Nadal celebra su triunfo contra Wawrinka en Madrid. Alex Pantling Getty
Aunque Stan Wawrinka esté lejos, lejísimos de aquel rival que metía el miedo en el cuerpo porque en cualquier momento podía dar un susto y el gran golpe de turno, con Australia, París y Nueva York ya en su vitrina para siempre, la noche dejó un muy buen sabor de boca: Rafael Nadal (6-1 y 6-2, en 1h 08m) se mira al espejo y cada vez va reconociéndose más, porque su juego aumenta y las dudas disminuyen. Siguiendo con la metáfora de la escalera que él mismo planteó hace dos semanas en Barcelona, cuando tenía que sudar tinta para sacar adelante cada partido, se puede afirmar que Nadal ya está más cerca de Nadal, que ha ascendido varios peldaños desde entonces y que pese a no tener todavía el brillo tradicional en la arcilla, compite en la dirección correcta.
En sus tres primeros compromisos en Madrid, el mallorquín ha conseguido alejar la indecisión y los temores. Nadal progresa adecuadamente, y eso es una magnífica noticia a tenor de cómo llegó al barrio de San Fermín, contrariado y dubitativo; después de un “bajón mental grande”, en palabras suyas. Mejoró contra los dos jovenzuelos de las dos primeras rondas, Auger-Aliassime y Tiafoe, y ante Wawrinka firmó su mejor partido de esta temporada sobre la tierra para citarse en las semifinales con el imberbe que más fuerte aprieta: el griego Stefanos Tsitsipas, que un par de horas antes había superado a Alexander Zverev por 7-5, 3-6 y 6-2.
Durante varias fases de la noche, Nadal alcanzó esa velocidad de crucero imposible de seguir, y más para un adversario muy venido a menos que hace poco más de un año estuvo cerca de colgar la raqueta. Una enorme cicatriz en la rodilla izquierda retrata el presente de Wawrinka, en su día capaz de sacudirle a cualquiera, pero no ahora. El curso pasado, después de una doble intervención para reparar la articulación, tan solo pudo disputar 34 partidos y en este los resultados han sido flojos, a excepción de la final que perdió en Rotterdam.
Nadal le quebró el servicio al cuarto juego y a partir de ahí, el duelo se tradujo en un monólogo. Liberó el balear la derecha, también sacó a pasear el revés y afiló ostensiblemente el servicio, deficitario en Montecarlo y Barcelona. En esta ocasión, el saque le repostó un 71% de puntos con primeros y un 90% con segundos, y rompió en mil pedazos el de su rival (53% y 31%, respectivamente). Ahora sí, desprendió Nadal la sensación de alzar el vuelo y de no estar a la expectativa. Dictó y dispuso durante toda la velada, y el cuadro le empareja ahora con un tenista de inmejorable porvenir, serio y talentoso como lo es Tsitsipas. Será él, un tallo (1,93) que sirve muy bien y pelotea como un treintañero, quien calibre el estado real del español.
“Era un día para dar un paso adelante, y creo que se ha conseguido”, apreció ante los periodistas, ya a la medianoche. “En defensa, es el día que mejor he estado; he sentido la energía en las piernas para llegar y responder mejor”, prosiguió. “Ha salido el partido que quería, más allá de lo que hicera él o no”, matizó, antes de poner un dato sobre la mesa. “Es la tercera semifinal consecutiva en las cuatro últimas semanas; para algunos de vosotros tal vez pueda saber a poco, después de lo que he conseguido en los últimos años, pero vengo de una época complicadilla y con problemas físicos. Para mí es importante. Estoy en un camino positivo y adecuado”, cerró Nadal, cada vez con mejor cara.
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