La primera ministra británica, Theresa May, y su esposo, Philip, llegan este domingo a la iglesia de Sonning. En vídeo, declaraciones de Philip Hammond, ministro británico de Finanzas. HENRY NICHOLLS (REUTERS) / VÍDEO: REUTERS-QUALITY
La llave que encerró a May en el laberinto del Brexit puede ser la misma que le permita escapar. El Gobierno británico negocia intensamente con los socios norirlandeses del DUP, que sostienen la mayoría parlamentaria conservadora, para que levanten sus reparos al backstop, la garantía impuesta por la UE para evitar una nueva frontera entre las dos Irlandas, y den su respaldo al plan de la primera ministra. El apoyo del DUP puede acabar de convencer a muchos euroescépticos a los que May presiona con el argumento de que la única solución “patriótica” para esta crisis es votar a favor de su acuerdo, y con la amenaza de una prórroga a la salida de la UE que se convierta en eterna. Además, su Gobierno baraja no presentar el plan a votación antes del Consejo Europeo del próximo jueves si no logra los apoyos suficientes.
La Cámara de los Comunes votó el pasado jueves a favor de una moción del Gobierno redactada de modo que May dispusiera de una última bala en la recámara. El texto solicitaba una prórroga del Brexit, pero ponía condiciones a su duración. Si antes del jueves, cuando se celebre el Consejo Europeo, los diputados respaldan el plan de la primera ministra, la extensión sería breve y por necesidades técnicas: el tiempo suficiente para concluir el proceso legislativo que exige el trámite de salida de la UE, previsto inicialmente para el 29 de marzo.
Pero, y este es un gran pero, si el plan volviera a ser derrotado por tercera vez, el Reino Unido deberá participar en las elecciones al Parlamento Europeo de finales de mayo. Las posibilidades de prorrogar indefinidamente el Brexit, ha advertido May en una carta abierta publicada por The Daily Telegraph, se multiplican.
“Los líderes europeos exigirán una causa clara para otorgar una extensión. No les bastarán las razones técnicas. Si lo que proponemos es volver a la casilla de salida y negociar un nuevo acuerdo, la prórroga deberá ser mucho más larga. Exigirá en la práctica que el Reino Unido participe en las elecciones de mayo. La idea de que los británicos acudan a las urnas europeas tres años después de votar por el Brexit apenas se sostiene. No podría un símbolo más poderoso del fracaso político colectivo del Parlamento”, ha escrito May.
Figuras relevantes del euroescepticismo han comenzado a darse cuenta de la trampa en la que su fanatismo y la estrategia de desgaste de la primera ministra les ha hecho caer. Ian Duncan Smith, el exlíder del Partido Conservador y furibundo defensor de la salida de la UE, sugirió este fin de semana a sus compañeros de barco que todos “deberían saltar juntos” si el DUP decide respaldar el plan de May. Y Jacob Rees-Mogg, el ultracatólico que lidera el Grupo de Investigaciones Europeas, la facción parlamentaria conservadora en la que se concentran los euroescépticos, ha comenzado a dar señales de querer ondear la bandera blanca.
“El plan de la primera ministra es una basura, todo el mundo lo sabe. Ha sido derrotado en dos ocasiones (con mi voto en contra) y su última versión apenas contenía ligeras mejoras del texto original. Sin embargo, el Brexit está ahora mismo contra las cuerdas. Mi desdichada conclusión es que, con un Gobierno débil, un Gabinete y un Parlamento plagado de proeuropeos envalentonados, no nos queda más remedio que aceptar este plan. Podemos seguir luchando y aspirar a algo mejor, pero perderíamos la batalla, y con ella, cualquier esperanza de un Brexit”, escribía este fin de semana Esther McVey, la exministra de Trabajo y Pensiones, quien dimitió de su cargo en protesta por el modo en que May había manejado las negociaciones con la UE. Sus palabras, al afirmar que respaldaría el texto en una tercera votación “con la nariz tapada”, resumen gráficamente la sensación de resignación que comienza a extenderse en el ala dura del Partido Conservador.
Oficialmente, el Gobierno de May no ha tomado aún la decisión de someter una tercera vez su plan a la votación de la Cámara de los Comunes. La aritmética parlamentaria reduce mucho el margen de maniobra. La primera ministra deber torcer el brazo a los 15 conservadores radicales dispuestos hasta el final a inmolarse, y al puñado de laboristas que comparten con ellos su sentimiento antieuropeo. “Solo volveremos a someter el plan a la votación de la Cámara si tenemos la suficiente confianza de que nuestros diputados y los del DUP están dispuestos en esta ocasión a darle su respaldo”, advirtió este domingo el ministro de Economía, Philip Hammond, en la BBC. Hammond ha sido una de las voces moderadas en el seno del Gabinete, defensor de la necesidad de un consenso parlamentario que pusiera solución a esta crisis. Con la llave de las finanzas públicas en su mano, se ha encargado durante todo este tiempo de advertir de las penurias económicas que un Brexit desordenado podría acarrear para el Reino Unido.
Esta semana será clave también para el Partido Laborista. Su líder, Jeremy Corbyn, es consciente de que la turbulencia política que vive el país afecta a todas las formaciones, y que todas tendrán su cuota de responsabilidad en el desenlace del drama. Corbyn anunció este domingo el respaldo oficial de su partido a la enmienda presentada por dos de sus diputados, Peter Kyle y Phil Wilson. El texto solicita que la ciudadanía británica pueda votar en referéndum el plan de May, si finalmente sale adelante. El líder laborista persiste en su estrategia de nadar y guardar la ropa: sí, con la boca pequeña, al nuevo referéndum que le exigen sus bases, pero a condición de que salga adelante un plan que, paradójicamente, será rechazado por los diputados laboristas por orden expresa de su dirección.
Comienza una nueva semana dramática con dos escenarios: Westminster y Bruselas. Theresa May ha insistido hasta el final en su estrategia de tensión y ha apurado los plazos. Nada garantiza que finalmente se salga con la suya, pero existe un consenso extendido en Londres de que el Brexit, salga o no adelante su plan, supondrá su particular canto del cisne. Nadie imagina que la primera ministra pueda seguir al frente del Partido Conservador en los próximos meses, ni mucho menos que sea su cabeza de cartel en unas elecciones generales.