Finlandia está dividida. En una sociedad tan igualitaria como la finlandesa, los recortes en el Estado del bienestar han alimentado un descontento que quedó ayer a la vista en unas reñidísimas elecciones parlamentarias. Con el 100% escrutado a la una de la madrugada del lunes (medianoche en la España peninsular), la polarización era ya un hecho. Los socialdemócratas, que han liderado todas las encuestas, obtuvieron el 17,7% frente a los ultras Verdaderos Finlandeses (VF), que cosechaba el 17,5%."Hemos ganado las elecciones por primera vez desde 1999", dijo el líder socialdemócrata, Antti Rinne, al conocer los resultados ante un público visiblemente emocionado. Su partido, con 40 diputados, liderará ahora las negociaciones para poder formar un Ejecutivo a partir de este lunes.
Rinne dedicó sus primeras palabras a prometer más políticas para luchar contra el calentamiento global en lo que la ciudadanía había bautizado como "elecciones climáticas" debido a que, por primera vez, todos los partidos habían priorizado el tema en sus programas, a excepción de los ultras. La brecha social y los recortes del anterior Gobierno conservador, sin embargo, han polarizado los resultados de los comicios.
En el barrio que rodea la estación de Kontula, a 30 minutos en metro al este de Helsinki, ayer no se veían niños en los parques, las mujeres lucían hiyabs oscuros y los ancianos finlandeses, con rostro triste, caminaban con sus andadores. Es una de las zonas más deprimidas de la capital. En un colegio electoral, Leif, de 51 años, sale orgulloso después de acudir a las urnas: “Acabo de votarles”, sonríe descubriendo una dentadura amarillenta con dos colmillos plateados. Se refiere a los xenófobos Verdaderos Finlandeses, que ayer cosecharon 39 escaños, uno más que en 2015.
La gente ya no soporta más austeridad
S. M Amadae, profesora en la facultad de Ciencias Sociales en la Universidad de Helsinki
“Los inmigrantes son cerdos. Mis vecinos de arriba son de Somalia y son una auténtica porquería. Y son musulmanes. Oscuros”, dice. Aquí, la mayoría no habla inglés o directamente no quiere hablar. “¿Qué coño haces? ¿Por qué preguntas?”, espeta un finlandés de mediana edad y alcoholizado al escuchar esa conversación. El país más feliz del mundo está más enfadado que nunca, y los ultras han sabido convertir el descontento en votos en los comicios de ayer en los que hubo una participación del 72%, según datos oficiales. El 47% de la Cámara estará compuesta por mujeres, un hito en el país nórdico. Johanna Rönkkönen, traductora de 41 años, votó ayer a los Verdes, pero entiende los motivos que mueven a la gente a inclinarse por los Verdaderos Finlandeses: “Son más estrictos con la inmigración”. Pero solo el 6,6% de la población del país ha nacido en el extranjero.
El 27% de la población en Finlandia (con 5,5 millones de habitantes) es de clase baja, según un reciente estudio de la OCDE, y el 5% es rica, cuatro puntos por debajo de la media de los países más desarrollados. La clase media está menguando desde 2010, pero aún se mantiene en el 68%. “La austeridad del Gobierno anterior [una coalición de los liberales de Centro, conservadores de Coalición Nacional y ultras de Verdaderos Finlandeses primero; Futuro Azul, después] causó mucha desigualdad”, aseguraba el líder socialista, Antti Rinne, en una entrevista con EL PAÍS el lunes pasado. El Ejecutivo liberal de Juha Sipilä (Centro) siempre ha hecho gala en Bruselas de sus políticas de ahorro. En Finlandia la gente “ya no soportaba más austeridad”, dice S. M. Amadae, profesora de Ciencias Sociales en la Universidad de Helsinki. El Gobierno de Sipilä, que cayó prematuramente el 8 de marzo, quiso privatizar la sanidad en una macrorreforma llamada SOTE. El socialdemócrata Rinne promete destinar 1.500 millones de euros a fortalecer el Estado del bienestar “sin tocar los salarios de la gente”.
Mejorar el sistema de salud y el educativo, además de tomar medidas contra el cambio climático, se ha convertido en una prioridad. El líder socialdemócrata explicaba hace días que los ciudadanos piden un Gobierno rojiverde. Ambos abrirían la puerta a La Alianza de la Izquierda (8,2%), el único partido que ha dicho públicamente que no pactará con los ultras pese a que en Finlandia —al contrario de en la vecina Suecia, donde durante dos legislaturas se ha practicado un cordón sanitario (aislamiento pactado) a los populistas Demócratas Suecos— la tradición sea el diálogo con todos.
El país nórdico es de los miembros de la OCDE con más carga impositiva, en torno al 39%. Y el sistema se está agotando por el envejecimiento de la población. Pese a que el empleo va bien —la tasa de desocupación ronda el 6,5%—, Finlandia no consigue salir del todo de un estancamiento económico —en parte por el descalabro de Nokia, que hasta 2014 estuvo en la cumbre del sector de la telefonía móvil— y el PIB se resiente. Este año está previsto crezca un 1,6%, un punto menos que en 2018. “El último Gobierno de derechas ha pagado su peaje”, explica Maria Bäck, doctora en Ciencias Políticas de la Universidad Åbo Akademi, en Turku. Los liberales del ex primer ministro Sipilä han perdido 18 diputados. Y la gente solo ha visto dos alternativas diametralmente opuestas: o un giro a la izquierda, o mucha más derecha. Finalmnete la socialdemocracia, por la mínima, volverá a liderar un Ejecutivo por primera vez en 20 años.