La lograda producción de La flauta mágica por Juventus Lyrica, realizada con rigor a la vez que en una abierta atmósfera de juego, hace pensar una vez más en la idea de Goethe sobre este singspiel (ópera con partes habladas) que Mozart compuso sobre el final de su vida, en alemán: una obra con múltiples simbolismos que proporciona placer incluso al público más ingenuo. Goethe pensaba que la obra contenía varios “tesoros secretos” y decidió agregarle algunos más, al punto de que llegó a imaginar una Flauta mágica segunda parte, con la idea de que algún compositor le pusiese música (no Mozart, que había muerto el mismo año del estreno, en 1791). El proyecto quedó en borradores, incompleto.
La continuación que imaginó Goethe es, por lo menos, curiosa. Lamentablemente, esos fragmentos no aparecen en la obra completa en siete volúmenes de la editorial Aguilar. Me baso aquí en la descripción que proporciona Jean Starobinski en su gran ensayo Luces y poder en La flauta mágica, que forma parte de su libro 1789. Los emblemas de la razón, en el que la ópera de Mozart y el libretista Schikaneder es situada en el contexto de la Revolución Francesa. De clara inspiración masónica, La flauta mágica es el relato de una esforzada marcha ascendente a la sabiduría y el amor más puro.
Newsletters Clarín En primera fila del rock | Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer.
Todos los jueves.
Pero en la continuación de Goethe las cosas vuelven peligrosamente a las tinieblas. Por orden de la Reina de la Noche, el turco Monóstatos se introduce en el palacio de Tamino, se apodera del niño que Pamina acaba de dar a luz y lo encierra en un ataúd de oro, lacrado con el sello de la Reina de la Noche. Para que el niño sobreviva, el ataúd debe ser cargado día y noche. Por su lado, Sarastro abandona el poder y el palacio y el destino lo designa para cumplir un año de peregrinación (hay quienes suponen que esto puede anticipar al Wotan oculto y peregrino que aparece en Sigfrido, la tercera parte de la tetralogía wagneriana). Cuando Sarastro inicia su viaje, Goethe le hace entonar al coro: “La verdad ya no será difundida en la Tierra en su bella claridad. Tu elevada marcha está ahora terminada. Es la profunda noche que nos cerca”. En su peregrinación Sarastro va a dar con la cabaña de Papageno y Papagena. A diferencia de lo que se anunciaba con gran algarabía en el final de la ópera de Mozart, ningún niño alegra la vida de la pareja infértil. En la última escena escrita de la obra (incompleta), se asiste a la apertura del ataúd en un santuario. El niño permaneció vivo, pero Goethe lo esfuma; “Genio” (así se llama el niño) levanta vuelo y desaparece en el aire. Como notó agudamente Starobinski, las imágenes que nos quedan son movimientos “centrífugos”. Sarastro se aleja del templo, el niño de pierde en el cielo, mientras que en la obra de Mozart todo terminaba de una manera “maravillosamente convergente”.
La flauta mágica es, entre otras cosas, un progreso desde los estratos más elementales del mundo natural, representados por los hombres-pájaro Papageno y Papagena, hasta el amor sublime que se encarna en la pareja de Tamino y Pamina. A pesar de todos sus restos enigmáticos (los de la ópera misma y los de la masonería), lo que triunfa en La flauta mágica es la razón. Pero Goethe, que además de poeta y dramaturgo era un calificado botánico amateur, tenía en alta estima al mundo natural, y sentía una verdadera alergia por el absolutismo de la razón (por “la turbia corriente del espíritu”, como diría Adorno). Pocas cosas le resultaron más odiosas que el tratado de su amigo Friedrich Schiller Sobre la gracia y la dignidad, con toda su postulación de la superioridad de lo bello humano sobre lo bello natural. “Él predicaba el evangelio de la libertad -escribió Goethe sobre Schiller-, y yo no quería que se menoscabaran los derechos de la naturaleza”.
Goethe escribió los fragmentos de su Flauta mágica en 1798; para entonces la Revolución Francesa ya había tenido su episodio terrorífico; en 1799 Goya crearía su célebre grabado “El sueño de la razón produce monstruos”. Acaso La flauta mágica segunda parte no haya sido más una continuación que una revisión crítica del optimismo de la primera.