La actividad en España aguanta mejor que en el resto de la zona euro. Si en 2018 el PIB español creció un 2,5%, en la eurozona avanzó un 1,8%. Esto es: una diferencia a favor de la economía española de 7 décimas. Este año la previsión para la unión monetaria es del 1,1%, según los últimos pronósticos del BCE. En cuanto a España, el panel de Funcas, compuesto por 18 instituciones, mantuvo el jueves pasado su estimación para este año en el 2,2%. Lo cual significa que en 2019 la economía nacional podría elevar la brecha de crecimiento con la media de la zona euro hasta las 1,1 décimas. Este lunes, con las cifras conocidas hasta ahora, el Banco de España confirmaba esta tendencia.
Para el consenso de economistas, las bases del crecimiento son buenas en tanto que se sigan registrando superávits con el exterior y, por lo tanto, continúe bajando la deuda externa, auténtico talón de Aquiles que deja a la economía española muy vulnerable a las turbulencias de los mercados. “El escenario central es una suave desaceleración de España. De producirse una ralentización fuerte, será porque viene de fuera”, explica María Jesús Fernández, analista de Funcas.
De momento, el origen del frenazo global se sitúa en China, donde se espera que la actividad crezca al menor ritmo en tres décadas por las tensiones comerciales con Estados Unidos, el agotamiento de la inversión y el exceso de deuda. La incertidumbre por el Brexit y la crisis en Turquía también perjudican a las exportaciones europeas. A su vez, la ralentización del comercio global ha tenido un impacto directo en la industria, que además se ha visto agravado por las dificultades del sector del automóvil, que sufre por los problemas para adaptar los nuevos estándares medioambientales y por las dudas generadas en torno al futuro del diésel. Todo ello afecta mucho a Alemania. Pero algo menos a España, que resiste mejor por el vigor de la demanda interna.
Tras varios años de recuperación de la crisis de deuda, el horizonte que se dibujaba para la zona euro era el de una progresiva ralentización hacia lo que sería un crecimiento más normal dada la actual demografía y los escasos incrementos de la productividad. Solo que algunos factores que se consideran temporales han agudizado este proceso. No solo por la industria del motor. También las protestas de los chalecos amarillos en Francia o el parón que se autoinfligieron los italianos al plantear un órdago fiscal a Bruselas que se ha traducido en una prima de riesgo disparada, un desplome de la inversión y, en última instancia, la entrada en recesión técnica. Este lunes, el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, explicó en Madrid que estos factores que lastran el crecimiento tardarán más en suavizarse de lo previsto.
“El miedo a una recesión global inminente que descontaron los mercados en diciembre se ha ido diluyendo y ahora parece que apuestan por una desaceleración hasta ritmos de crecimientos potenciales. En Europa, el perfil del ciclo dependerá de la evolución del comercio internacional y sus efectos sobre la producción industrial”, sostiene José Ramón Díez Guijarro, economista de Bankia.
Gasto público y ladrillo
En este contexto, España por el momento parece despegarse de la tendencia europea. Pero, ¿a qué se debe esto? Entre octubre y diciembre de 2018, el PIB español sumó un 0,7% trimestral frente al 0,2% que registró el de la eurozona. De estas siete décimas de España, casi un tercio se correspondió con un mayor consumo público sin contar las inversiones, que crecen en periodo electoral un 14%. Al relajar la meta de déficit público, el Gobierno ha podido elevar el gasto. Los datos no tienen en cuenta la mejora de las rentas que brindan las alzas de pensiones y sueldos de funcionarios. Según un observatorio de Fedea y el BBVA, el impulso fiscal ha inyectado unas ocho décimas interanuales al PIB.
Para el economista José Carlos Díez, parte del desacople español radica en la recuperación de la construcción, que evitó que España sufriera el frenazo del 2000 y está evitándolo ahora. Aunque desde unos niveles bastante más bajos que los de la burbuja, uno de cada cuatro empleos creados en el último año fueron en este sector. Una vez descontada la inflación, los tipos de interés reales son negativos. Lo que promueve la inversión inmobiliaria y ayuda a las familias en la medida en que las hipotecas están mayoritariamente a tipos de interés variable.
Otro motivo reside en la continuada recuperación del empleo, que a su vez empuja el consumo. Sin embargo, el gasto de los hogares crece más de lo que barajaría cualquier analista. Y eso se achaca a que la tasa de ahorro se encuentra en mínimos históricos y se ha disparado el crédito al consumo. Por segundo año consecutivo, en 2018 las familias gastaron más de lo que ganan. Si bien su deuda no engorda porque tiran del ahorro generado durante la crisis.
En cualquier caso, la diferenciación española no puede durar siempre. “Si la desaceleración se prolonga y se profundiza en la zona euro, España acabaría resintiéndose. Por eso, es importante prepararnos para lo que pueda venir”, dijo el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, a EL PAÍS.
En lo que respecta a 2019, el empleo tirará algo menos en España. Pero para Ignacio de la Torre, economista de Arcano, el testigo lo tomarán los salarios en tanto que se eleven por debajo de la zona euro y haya una cierta moderación en el precio del petróleo, que afecta más a la inflación española. Para el observatorio de Fedea y el BBVA, estas subidas, sin embargo, acabarán drenando competitividad y, por ende, crecimiento, al no estar vinculadas con mejoras de la productividad.