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La existencia de más partidos no se traduce en más pluralidad Pedro Sánchez anuncia la convocatoria de elecciones. Oscar del Pozo Europa Press
La convocatoria de elecciones generales el próximo 28 de abril ha puesto fin a una situación de bloqueo político, por más que no haya conjurado el riesgo de que los resultados reproduzcan, e, incluso, agraven, las condiciones que lo hicieron posible. De materializarse ese riesgo, no habrá sido consecuencia de ninguna fatalidad sino de la manera en la que distintos líderes vienen manejando una situación política en la que la existencia de más partidos no se ha traducido en mayor pluralidad. Antes al contrario, ha generado una competición por alcanzar la hegemonía en el interior de cada bloque que, al mismo tiempo que alienta imparables dinámicas de radicalización entre partidos de parecido signo, empuja a la totalidad del sistema hacia la polarización.
Las fuerzas independentistas fueron las primeras en dejarse arrastrar por esta espiral, llegando a declarar la secesión que en el fondo ninguna quería, y, esta misma semana, a provocar la caída del Gobierno contra sus propios intereses. ERC y PdCAT prefirieron el miércoles sacrificar al unísono los beneficios que habrían obtenido los ciudadanos de Cataluña de haberse aprobado los Presupuestos, antes que arriesgarse a perder una a manos de otra el galardón de bisutería histórica que les acredite ante los suyos como el más celoso guardián de la idea y de la suerte de los mártires.
Esta escalada autodestructiva quedaría circunscrita a las relaciones entre ambos partidos si se encontrara con un consenso básico entre las fuerzas contrarias a la independencia, y seguramente tendría difícil sobrevivir a la estrategia política adoptada por los secesionistas en torno al juicio en el Tribunal Supremo. ERC y PdCAT no están ofreciendo ahora a sus respectivos electorados el sueño de la independencia, sino reclamándoles que socorran a los líderes que presuntamente delinquieron y les ocultaron que esa independencia era quimérica.
En cualquier caso, el consenso básico entre las fuerzas contrarias a la secesión no existe, y lo que es peor, acabará resultando imposible si el PP y Ciudadanos, estimulados, además, por la irrupción de la ultraderecha, se rinden a la lógica por alcanzar la hegemonía en el propio bloque. El líder popular, Pablo Casado, parece firmemente decidido a sacrificar la parte del león del electorado conservador antes que permitir que se le escapen apoyos hacia la ultraderecha, con el resultado de estar perfilándose como el principal activo electoral de Vox. Y lejos de aspirar a recoger lo que Casado pierde por el lado de la moderación, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, ha decidido sacrificarlo también, porque, en su caso, las aspiraciones sobre la totalidad del PP le colocan ante la inexorable tesitura de llegar tan lejos como él; es decir, hasta la misma frontera con Vox. Rivera, que podría haber protagonizado la ruptura de la lógica frentista, se está convirtiendo por razones electorales, asombrosamente, en su principal valedor.
De confirmarse el anunciado retroceso de Podemos, el PSOE sería el único en situación de escapar a la escalada autodestructiva desencadenada por la búsqueda de la hegemonía en el propio bloque, puesto que la tendría de antemano asegurada. Pero eso podría no librar al PSOE de la tentación de otros fantasmas electorales, ante los que tendrá que resistirse o claudicar. Limitarse a una estrategia de recoger el voto del miedo puede llevar a estimular el miedo mismo para incrementar el voto. Contaría para ello con la competición encarnizada que libran sus potenciales rivales del campo conservador, si bien arriesgaría la estabilidad institucional sin garantizarse por ello una victoria suficiente para gobernar.
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