Este es el hombre que quiso tener un millón de amigos antes que existieran las redes sociales. Encima en esa canción –visionario es poco- habla de querer “un coro de pajaritos” (!!).
Los que crecimos escuchando esta música en el Winco no podemos creer lo que pasa cuando su majestad Roberto Carlos, lacio perfecto, físico de atleta olímpico, artista inmenso, canta y sonríe cuando nota que en la platea hay gente que llora al verlo hacer Qué será de ti.
Físico de atleta olímpico, artista inmenso, Roberto Carlos paseó su impronta por el escenario del Gran Rex. (Foto: Martín Bonetto)
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¿Cuánto recuerdos no es cierto, señora? “Ay, mi vida, no sé puede creer esto...”, nos dice una pelirroja con vincha del ídolo y la emoción acumulada en los ojos.
El recital del martes 30 de abril parecía una función prohibida para menores de 40 años. Raro, el espectáculo se llama Amor sin límites.
Roberto Carlos cantó en un Teatro Gran Rex repleto. Primera fecha de dos, con entradas desde 1.100 pesos, agotadas. Se trata de un público que todavía lee diario de papel pero maneja el celular con habilidad de malabarista. Como en el Lollapalooza viven las dos horas y pico de show mediados por sus celulares o ganando los pasillos o moviendo los brazos en coregrafias multitudanarias. Así es el pogo soft y sensible de los románticos incurables.
Románticas incurables. La conexión entre el público y el artista fue absoluta. (Foto: Martín Bonetto)
El recital empieza con la banda y un maestro de ceremonias. No es un show vintage, es directamente una puesta en escena antigua. La orquesta suena unos diez minutos con una apertura latina hasta que la expectativa se vuelve insoportable y Roberto aparece cual Tom Jones en Las Vegas. Al momento de agradecer a sus músicos -a sus 14 músicos- se pasará un cuarto de hora presentándolos con un cariño pocas veces visto. Según Roberto, sus músicos lo acompañan, mínimo, desde hace 40 años.
Perfecta amalgama entre el cantante y su banda, de 14 músicos, muchos de los cuales lo acompañan desde hace cuatro décadas. (Foto: Martín Bonetto)
Reglamentariamente de azul y blanco, saco cuello mao azul, remera blanca, pantalones azules, zapatones blancos, cada tema lleva un prólogo. Roberto dice que es de pocas palabras, pero es un embaucador que relata el por qué de cada cosa que interpreta. En un momento, a cuento de Cóncavo y Convexo, dice que las tres cosas más importantes de la vida son "el sexo y el helado".
Cuando hace la insuperable El gato en la oscuridad acepta que pese a cantarla desde un setentoso Festival de San Remo -donde la canción fue como favorita y terminó descalificada- todavía en 2019 no entiende de qué trata la letra.
Clásico como pocos, Roberto Carlos sigue vigente y convocante. (Foto: Martín Bonetto)
A los 78 años Roberto Carlos es un hombre cabal, íntegro y respetado que sigue manteniendo su voz dulce y tristona. Mientras tanto, la señora sigue lagrimeando, ahora con Lady Laura y luego con La Distancia. Roberto, que tiene vista de lince, la observa y sobre el final, cuando Jesús Cristo arma una fiesta espirtual digna del mejor final, le dedica una de las 127 rosas que, previo beso en los pétalos, despacha sobre una platea convertida en reguero de miel.
No es para menos, el repertorio es una andadana interminable de hits: Amigo, Emociones, Detalles, Un millón de amigos. Detalles es su instante para los arpegios con su guitarra acústica. Con la sesión de vientos, a su derecha, parece tener una especial debilidad: de a ratos se los queda mirando, de espaldas al respetable, y aplaude como uno más de nosotros.
Mucho más que un millón de amigos, lleva cosechados Roberto Carlos a lo largo de su extensa y exitosa trayectoria. (Foto: Martín Bonetto)
El embajador mundial de la música brasileña hace que el concierto suene un 90 % en español. A la hora O Calhambeque, un rock a la brasileña de 1966, la voz adquiere una forma menos melódica que tropicalista.
¡Qué noche hermosa! Lo simple convertido en lujo tal vez sea una de las principales virtudes de Roberto Carlos. El 100 % de las canciones son de amor y hay temas que directamente son tan perfectos (y pulcros y precisos) que todo esto podría ser un playback.
Su majestad, dueño y amo del escenario, (Foto: Martín Bonetto)
Hace Ese tipo soy yo y una dama casquivana pide “permiso”, “permiso”, se lleva por delante las butacas de la fila seis y le ofrece sus pechos. Llega Amada amante. Piel de gallina. Somos el mejor público del planeta, allende las generaciones. ¿Qué duda queda? Una más y no jodemos más, olé, olé, olé... En un mundo tan ingrato, Roberto Carlos.