El destino del país más extenso de África, el Estado africano del norte del continente que más invierte en armamento militar y al que España compra el 57% del gas que consume…Todo ese país con 41 millones de habitantes está pendiente de la salud y la voluntad del presidente argelino Abdelaziz Buteflika, apodado por muchos como La Momia por su estado de salud tras el derrame cerebral sufrido en 2013. Un hombre que cumplió el sábado 82 años, que no pronuncia un discurso en público desde mayo de 2012 y que el pasado 10 de febrero expresó por carta su intención de presentarse a las presidenciales del próximo 18 de abril. Este domingo, último día para oficializar las candidaturas, se sabrá si Buteflika concurre finalmente. Si lo hace, a tenor del resultado de comicios precedentes, el presidente se haría con un quito mandato.
Mientras cientos de miles de personas salían a las calles de las principales ciudades para expresar su rechazo a la quinta candidatura de Buteflika, el dirigente permanecía internado en un hospital de Ginebra, adonde acudió el domingo para someterse a lo que la Presidencia denomina como un “examen médico rutinario”. Tras las protestas, el único gesto de Buteflika hacia los manifestantes ha sido destituir este sábado a su director de campaña, Abdelmalek Sellal. En las redes sociales, la noticia se tomó con indignación y sarcasmo. "Nos están meando encima", lamentaba un internauta argelino.
La admiración que despertó Buteflika hace 20 años, cuando se alzo al frente de la presidencia tras la guerra civil, se ha convertido en hartazgo para buena parte de la población. Entre las pancartas que se vieron este viernes una decía: “Tengo 30 años. Solo he conocido 10 años de terrorismo y 20 de Buteflika”. La mayoría de las protestas se desarrollaron de forma pacífica, excepto al final de la jornada en Argel. Una persona perdió la vida y 183 resultaron heridas durante los choques con las fuerzas de seguridad.
La desesperación ha ido aumentado desde 2014, en el último mandato de Buteflika, conforme el régimen acusó la bajada de los precios del petróleo, de donde procede el 97% de sus ingresos por exportaciones. Las protestas fueron tomando cuerpo contra Buteflika desde el año pasado en los estadios de fútbol. Los jóvenes criticaban el inmovilismo y la corrupción de un régimen que solo los abocaba a jugarse la vida en una patera o a engancharse a la droga. De los estadios las críticas pasaron a las redes sociales. Y de las redes saltaron a la calle el viernes 22 de febrero.
La historia podrá absolver a Buteflika como el hombre que garantizó dos décadas de paz en un país que en menos de medio siglo vivió una guerra de la independencia (1954-1962) y otra civil (1992-1999) con más de 100.000 muertos (algunas fuentes lo cifran en 200.000). Después de la llamada “década negra”, Buteflika se las arregló para indultar a muchos yihadistas, incorporar a unos islamistas a las esferas políticas y económicas y diluir así su fuerza. Cuando llegó al poder, en 1999, su primer objetivo fue sembrar la paz y mantenerla. Alrededor de la palabra estabilidad levantó su pedestal y escudo contra las críticas.
Pero la historia podrá condenarlo también como el estadista que se aferró a la presidencia desde que sufriera un infarto cerebral en 2013, como la cara visible de un poder impenetrable, una oligarquía encantada de preservar sus privilegios. Ese inmovilismo pétreo no habría sido posible mantenerlo durante 20 años sin el apoyo tácito de Francia, que no quiere padecer ninguna diáspora de argelinos, y España.
Incluso sus detractores ensalzan la astucia de Buteflika para manipular tanto a la opinión pública, como a sus aliados y rivales. Este hombre menudo, que apenas conoció otra profesión ni formación que la militar y la política, supo imponerse poco a poco sobre los clanes del verdadero poder en la sombra, sobre los militares y sobre los todopoderosos servicios secretos. En 2001, cuando la primavera árabe barrió a casi todos los autócratas del norte de África, Buteflika no se despeinó. Se valió de un método tan sencillo y eficaz como aplacar a una juventud en paro con créditos repartidos con suma facilidad y sin apenas compromiso de pago. A eso había que sumarle el hartazgo de disturbios violentos que padecía el país tras la década de los noventa.
No obstante, la paz que ha vivido la Argelia de Buteflika es relativa. Los controles de la policía en las carreteras y en las calles de las principales ciudades son constantes y la amenaza yihadista nunca se disipó. En 2015, el Ejército mató a 109 terroristas y detuvo a 36; en 2016 fueron abatidos 125 y arrestados 225. En 2017 cayeron 91 y fueron arrestados 40. Desde 1999 hasta 2016 han sido perseguidas por delitos de terrorismo 55.000 personas, según el Ministerio de Justicia. A pesar de todo, también hay argelinos que sostienen que sin Buteflika todo habría sido peor.
Buteflika nació en 1937 en la ciudad marroquí de Uchda, a cinco kilómetros de la frontera con Argelia. Sus padres eran originarios de la ciudad argelina de Tlemcen. Fue el segundo hijo de un total de cinco hermanos, una hermana y tres hermanastras, ya que su padre se había casado por segunda vez. Su infancia y adolescencia transcurrió en una casa de 350 metros cuadrados con patio. Cuando comenzó la guerra de la independencia tenía 17 años. En 1956, con 19 años, cruzó la frontera desde Marruecos para unirse al Frente de Liberación Nacional (FLN), que dos años antes había iniciado la lucha armada contra Francia. Al terminar el conflicto, con solo 25 años, fue nombrado ministro de Juventud, Deportes y Turismo. Y con 26, de Exteriores. Mientras se iba fraguando su fama de dandy, de hombre de mundo con maneras pulcras, no descuidaba su influencia en la cúpula del FLN.
Buteflika fue uno de los principales gestores del golpe de Estado sin derramamiento de sangre mediante el cual el primer presidente del país, Ahmed ben Bella (1963-1965) fue sustituido por Houari Bumedian (1965-1978). En 1976 Bumedian y Buteflika reconocieron a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y rompieron las relaciones diplomáticas con Marruecos. La muerte de Bumedian en 1978 le descabalgó del poder. El nuevo presidente, el coronel Chadli Bendjedid (1979-1992), lo fue relegando a cargos simbólicos hasta que en 1981 el Tribunal de Cuentas del Estado le acusó de malversación de fondos. En 1983 se exilió de forma voluntaria en Emiratos Árabes Unidos, Francia y Suiza. A finales de los 80 volvió al país y en 1990, con 53 años, se casó con Amal Triki, hija de un embajador retirado.
La victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en la primera vuelta de las legislativas de 1992 desencadenó un golpe militar apoyado por Occidente. A raíz del golpe sobrevino la guerra. Con la guerra, el asesinato masivo de civiles por parte de los grupos islamistas y también del Ejército. Y tras la guerra, la jerarquía militar se vio en la necesidad de mejorar la imagen del Estado ante el mundo y depositó su confianza en un civil que entonces tenía 62 años, fama de hábil negociador y reconocimiento internacional.
Buteflika, en las elecciones de 2017. RYAD KRAMDI AFP
Buteflika se presentó a las elecciones como independiente, pero todo el mundo sabía que era el hombre elegido por los militares. En aquellas presidenciales de 1999 fue el único de los candidatos presidenciales que disponía de un Boeing 737 para recorrer un país casi cinco veces mayor que España. No era un orador brillante, pero consiguió que su mensaje calase. Ante un público formado a veces por cientos de campesinos iletrados Buteflika hablaba de reconciliación y de unidad nacional citando a Voltaire, Rousseau y Montesquieu.
Ganó esas elecciones y las de 2004. Después derogó el artículo 74 de la Constitución que limitaba el poder del presidente a dos mandatos de cinco años. Poco a poco fue deshaciéndose tanto de sus mentores como de sus principales enemigos, de todos los que manejaban en la sombra los principales hilos del país. Al cabo de cuatro mandatos consecutivos Buteflika se convirtió en el presidente que más años se mantuvo al frente del país y el que más poder acaparó jamás desde que Argelia consiguiera la independencia.
Cuando todo el mundo lo daba por moribundo, Buteflika -tal vez con la indispensable ayuda de su hermano- abordó entre 2014 y 2016 la confrontación con la poderosa y temida Dirección de Inteligencia y de la Seguridad (DRS, por sus iniciales en francés), el servicio secreto militar, un Estado dentro del Estado, que acabó disolviendo.
Para sus defensores, Buteflika no fue solo el hombre que instauró la paz, sino el que impulsó la construcción de grandes infraestructuras en el país, el que puso a Argelia en el mapa de las relaciones internacionales, el que supo mantener buenas relaciones con Francia, Rusia y Estados Unidos, y el que preservó una política social que siempre buscó favorecer a los más necesitados. Todo ello, sin necesidad de endeudarse en el exterior, algo de lo que el régimen siempre ha presumido.
Sin embargo, para sus detractores, Buteflika fue un autócrata sin coraje para abordar las reformas liberales que exigía la economía del país, demasiado dependiente de los combustibles, que no supo aprovechar los años de bonanza con los precios del petróleo en alza, que no instauró medidas de transparencia para combatir la corrupción endémica y que no supo retirarse a tiempo.
La historia irá haciendo su trabajo. Pero la calle ya ha pronunciado su sentencia: “Buteflika vete ya”.
FRANCISCO PEREGIL
Los problemas de salud de Abdelaziz Buteflika se cebaron sobre él a partir de 2013 y surgieron dudas sobre si era él quien realmente llevaba las riendas del país o era su hermano pequeño, Said, 21 años más joven. En 2005 ya había sido operado en París de una úlcera sangrante, que según la embajada de Estados Unidos en Argel era en realidad un cáncer de estómago. Pero el golpe más demoledor sobrevino en abril de 2013, cuando sufrió un derrame cerebral por el que tuvo que ser ingresado en un hospital de París durante 80 días. Aquello marcó un antes y un después en el devenir político del país. Desde entonces, fueron muy contadas las ocasiones en las que se dejó ver. No acudía a las cumbres internacionales y se cancelaban a última hora visitas de jefes de Estado, como la de la canciller alemana Angela Merkel en febrero de 2017. Sus mensajes se difundían por escrito. En las raras ocasiones en las que aparecía en un vídeo grabado no se le oía su voz. En los círculos políticos y diplomáticos argelinos se comenzó a hablar del “estado vegetativo” del presidente y se barajaban nombres de posibles sucesores.
Todo lo relacionado con la salud del presidente se convirtió en un misterio. Nunca se sabía cuántas horas trabajaba al día o cuántas horas se encontraba consciente.