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El mensaje de bloquear las instituciones impide hacer políticas de futuro Carles Puigdemont durante una conferencia en Bruselas. Francisco Seco AP
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont barrió este fin de semana lo que quedaba del espíritu pactista de la antigua Convergència Democràtica de Catalunya y forzó los mecanismos para monopolizar con sus fieles las candidaturas a las elecciones generales del 28 de abril. La primera consecuencia es que han quedado fuera de juego los dirigentes del PDeCAT que en su día presionaron para que este espacio del independentismo catalán apoyara la moción de censura contra Mariano Rajoy y que después intentó, sin éxito, apoyar los Presupuestos de Pedro Sánchez.
El grupo de diputados que salga de las elecciones del 28 de abril representando al espacio político de Convergència, ahora transmutado en Junts per Catalunya, poco o nada se parecerá a las fuerzas que históricamente han negociado, apoyado e influido en Gobiernos tanto del PSOE como del PP en defensa de los intereses de un segmento amplio de los ciudadanos de Cataluña. Se han impuesto Puigdemont y quienes —entre ellos varios de los presos del procés— defienden que el catalanismo ya no debe influir en Madrid, sino orientar su acción a conseguir un referéndum de independencia para Cataluña, y jugar al todo o nada que tantos errores ha hecho cometer al independentismo. Han ganado, pues, quienes quieren bloquear el Estado creyendo, erróneamente, que este no tendrá otro remedio que acabar cediendo ante sus exigencias y proclamas.
Huelga decir que todos los partidos pueden presentarse a las elecciones con el programa que deseen y defenderlo con los mecanismos que crean convenientes desde el principio del respeto al marco constitucional. Pero Puigdemont ha repetido con su asalto a las listas del PDeCAT las maniobras y el desprecio por las normas y procedimientos que ya caracterizaron su efímero y catastrófico mandato como president. Sin ir más lejos, se ha colocado él mismo como candidato a las europeas de Junts per Catalunya saltándose las primarias que regían en el PDeCAT. Además, ni siquiera ha respetado los cinco días que fijan los estatutos del partido para convocar una reunión del Consejo Nacional de la formación que debe validar las listas. El expresidente huido de la justicia española sigue demostrando así que no solo no respeta las leyes, sino que vulnera también las normas que se han dado los suyos.
Ahora son los ciudadanos los que tendrán que validar o castigar con votos la estrategia de Puigdemont. Pero para poder hacerlo, Junts per Catalunya debe presentar antes un programa electoral del que hoy carece porque todo lo fija a la lógica del cuanto peor, mejor, y a buscar el impacto emocional que supone incorporar como candidatos a varios de los dirigentes independentistas presos. Esquerra Republicana, que presenta como candidato al también procesado Oriol Junqueras, tampoco parece apartarse mucho de la vía de Puigdemont por más que los últimos meses se haya querido presentar como la cara pragmática del independentismo. Ante esta situación es urgente que el independentismo aclare si quiere ir al Congreso a hacer política y a dialogar o solo a bloquear. Los catalanes merecen saberlo antes de ir a votar.
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