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Pekín reúne a 37 jefes de Estado en la segunda cumbre de su iniciativa de bandera, cuya expansión ha topado con reveses económicos y políticos Xi Jinping, en la ceremonia de inauguración del foro. FRED DUFOUR AFP
La diplomacia china despliega toda su artillería a partir de este viernes con la celebración del segundo foro sobre la Ruta de la Seda, proyecto clave del presidente Xi Jinping basado en la creación de una enorme red de infraestructuras por todo el mundo. Su concepción en 2013 llamó la atención de todas las capitales del planeta tanto por su ambición como por las incógnitas que rodeaban al plan. Hoy su expansión es innegable, pero muchas preguntas persisten dentro y fuera del país sobre sus fines políticos o viabilidad económica, mientras crecen los recelos tanto en la UE como en Estados Unidos. Pekín es consciente de ello y promete ciertos ajustes en un proyecto que ha llegado para quedarse.
En la ceremonia de apertura de la cumbre este viernes, el presidente chino, Xi Jinping, trató de despejar las dudas sobre el programa. “Tenemos un fuerte compromiso con la transparencia y la gobernanza limpia en esta cooperación. Adoptaremos reglas y estándares ampliamente aceptados y alentaremos a las empresas participantes a seguirlos en el desarrollo, operación, adquisición y licitación de los proyectos (...) Las leyes de los países participantes deben ser respetadas y tenemos la necesidad de asegurar la sostenibilidad comercial y fiscal de todos los proyectos”, aseguró. En esta línea, se prevé que la declaración final del encuentro incorpore un lenguaje que aborde algunas de las preocupaciones de sus socios, con referencias más claras en asuntos como la transparencia, los estándares internacionales de inversión o la financiación sostenible y la deuda.
No se trata de un cambio radical en comparación con el enfoque inicial, pero muestra la voluntad de Pekín de reducir la velocidad y ajustar el plan por su bien a largo plazo. Dentro de China se oyen voces sobre el riesgo de estas inversiones o los posibles incumplimientos de los préstamos. Las autoridades están esbozando una serie de reglas para acotar qué proyectos pueden formar parte de esta iniciativa con el fin de evitar la idea extendida de que la nueva Ruta de la Seda es un cajón de sastre en el que todo cabe. También se ha mostrado cierta flexibilidad al renegociar algunos de los proyectos que estaban en peligro: en Malasia, por ejemplo, la construcción de una línea ferroviaria en su costa oriental sigue adelante después de que China recortara su coste en casi un tercio del valor inicial.
37 jefes de Estado y más de 5.000 participantes de 150 países se reúnen viernes y sábado en la capital china, cifras que superan con creces las delegaciones que asistieron a la primera cumbre celebrada en 2015. Para Pekín es el evento diplomático del año y ha puesto todo su empeño en convencer tanto a sus propios ciudadanos como a la comunidad internacional de que el proyecto está siendo un éxito y que no hay nada que temer.
Ciertamente, China ha logrado en estos últimos años que 125 países respalden abiertamente su plan, entre ellos Italia. Pekín ha desembolsado más de 70.000 millones de dólares en financiar proyectos como carreteras, puertos, líneas ferroviarias, puentes, oleoductos, centrales eléctricas o infraestructuras de telecomunicaciones en Asia, Europa, África e incluso Latinoamérica, región que queda muy lejos de la antigua Ruta de la Seda.
Pero el ambiente en el que se celebra este foro es muy distinto a las grandes expectativas formadas en el encuentro organizado hace dos años. Pekín se ha encontrado con dificultades considerables, desde acusaciones de que el programa es una mera herramienta para expandir la influencia china fuera de sus fronteras a los problemas derivados en aquellos países que solicitan préstamos para megaproyectos (que en ocasiones resultan comercialmente inviables o poco transparentes) y acaban atrapados en una espiral de deuda. Ha habido reveses, por ejemplo, en Malasia, Sri Lanka, Pakistán, Nepal, Maldivas, Myanmar o Etiopía.
“Con estos acuerdos, Pekín quiere mostrar su capacidad de adaptación para asegurarse que la Ruta de la Seda sigue adelante y que estos incidentes son, en realidad, baches en el camino y no barricadas”, afirma Thomas Eder, investigador del Instituto Mercator de Estudios sobre China (MERICS). “Pero incluso aunque se hable mucho de transparencia en esta cumbre y sobre cómo lograr que otros países pueden beneficiarse más de estos proyectos, la dificultad recae en su enfoque básico, diseñado para que ayude a la economía china a crecer. Si China financia gran parte estos proyectos, nunca habrá licitaciones públicas y abiertas para los contratos principales, con lo cual las empresas extranjeras nunca se beneficiarán de ellos”, añade el experto. Hasta el momento, la participación de empresas de terceros países en estos proyectos ha sido muy limitada y los contratos han sido monopolizados por empresas chinas.
Pese a las críticas, China no tiene previsto dar marcha atrás en un proyecto clave para la “nueva era” de Xi Jinping, basada en una política exterior más asertiva con una clara intención de ocupar un papel de protagonista en el escenario global. El alcance y duración del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda no se contará por años, sino seguramente por décadas, al estar incluido desde 2017 en la Constitución del Partido Comunista. Apenas seis meses después, el ideólogo de la iniciativa, el presidente Xi, obtuvo el visto bueno de la formación para permanecer en el cargo por el resto de su vida si así lo desea.