Yo creo que sólo es cuestión de tiempo. Seguro que así será. A la larga, más tarde o más temprano, llegará el día que alguien escriba que "había una vez en la Argentina, hace mucho mucho tiempo, un señor que hizo tantas, pero tantas y tan buenas canciones que, cada un tiempo, en un teatro ponían a sonar su música durante varias horas en modo 'random', con su imagen y la de su banda hologrameadas, y que la gente se tomaba un rato para pasar a rendirle homenaje. No había problema con el momento en que cada uno pasara, todo lo que sonaba era buenísimo".
Contará también, ese relator anónimo o no tanto -vaya uno a saber-, que el hombre, llamado Charly García, ponía a funcionar un artefacto llamado Torre de Tesla, que permitía que su música conectara con las masas, y que por alguna extraña razón, en vez de quedar encorsetada, su influencia excedía su propio segmento temporal y no sabía demasiado de fronteras generacionales.
Charly en plena faena, secundado por su banda, de desempeño correcto. (Foto: Constanza Niscóvolos)
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Será entonces cuando algún contemporáneo más documentado ordenará un poco la data y pondrá en realidades eso devenido mito, explicando que lo que sucedió, en verdad, fue que a partir de 2018, luego de varios períodos geniales de su vida, otros tormentosos y varios geniales y tormentosos, ese tal García logró establecer una suerte de saludable "rutina", que consistía en presentar cada varios meses, un espectáculo titulado La torre de Tesla, en la sala porteña Gran Rex.
Ahí, las crónicas de aquellos días, los nuestros, serán la fuente para entender que los hologramas no eran sino el propio Charly, más Rosario Ortega, los chilenos Kiuge Hayashida, Toño Silva, Carlos González y Fabián Quintiero, que repetían sistemáticamente la misma disposición en escena, con el jefe sentado en su trono en un extremo, y la banda, que en ningún momento supera la media de la corrección, ubicada en torno a una réplica del invento de Nikola Tesla y por delante de dos pantallas por las que desfilaban escenas de Psicosis, de Alfred Hitchcock, Los demonios, de Ken Russell o la Help! beatle, entre otros filmes.
Detrás de García, la pantalla se transforma por momentos en un elemento esencial en la estructura de La Torre de Tesla. (Foto: Constanza Niscóvolos)
Entonces, es posible que, buscando un poco, encuentre la información que certifique que el martes 7 de mayo de 2019 ocurrió otro de esos encuentros del artista con su público, sus aliados, que una vez más llenaron platea, pullman y super pullman convirtiendo el espacio por un rato en la sede local del karaoke; que ese show fue uno de los que más duró de la serie, al menos hasta ese momento; y que nuevamente puso en duda eso de que la obra siempre está más allá del personaje.
Porque esas canciones, muchas de ellas geniales y perfectas, una vez más alcanzaron su máximo poder en el ida y vuelta establecido entre su creador y sus seguidores. Sin importar qué tan rota sonara su voz en La máquina de ser feliz, qué tanto se olvidara de la letra de Parte de la religión, cuán desprolijo pudiera ser el inicio de Pecado mortal, o que Demoliendo hoteles pareciera ir un toque más lento que años atrás; lo esencial fue comprobar, además, que las cosas seguían en su correcto orden: Charly ahí arriba, cantando, sus fans debajo, honrando su historia y presente; y el estado intacto de la conexión entre ambas partes.
Con la guitarra también. Pese a sus dificultades, el músico se las arregló para pasar del teclado a la guitarra y volver a las teclas en varias ocasiones, dejando su marca. (Foto: Constanza Niscóvolos)
También dirá esa crónica, que no es otra que ésta, que fueron 22 canciones, entre ellas las más nuevas Lluvia, Break It Up, La rivalidad y In the City That Never Sleeps, el poker de ases en la manga que forman Cerca de la revolución, Cuchillos, Canción de 2 x 3, I'm Not In Love, y clásicos como De mí, No llores por mí Argentina y Rezo por vos. Y que Roberto Pettinato le sumó su saxo a Happy and Real y que la versión 'lounge' de Total interferencia, luego de Asesíname, fue un gran cierre para un gran show.
Apenas un detalle, en un estado de situación en el que la esencia está bastante más allá de la lista de canciones.