Imagine a Jorge Luis Borges siendo subido a un Fiat 600 verde esmeralda. Imagínelo recorriendo la Avenida Maipú en Vicente López, ciego, dejándose llevar por una chica al límite de la mayoría de edad, que apenas hace días obtuvo su registro. La imagen onírica existió más que en los sueños de ella. Alumna de un taller literario de Félix Della Paolera, fue la elegida para un encuentro que terminó en un bodegón, entre metáforas, teorías sobre el azar, y fideos. Del segundo cruce queda como registro una foto en blanco y negro. Y un libro de poemas de la época, antología de la que forma parte la joven autora: Carola Reyna.
Carola en su adolescencia, junto a Borges.
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-¿Por qué creés que te eligieron a vos, entre tantos alumnos, para ir a buscar a Borges?
-Fue una arbitrariedad. Supongo que querían evitar lo formal y protocolar, yo era casi una nena, era una aventura. Me acuerdo que llegué y estaba peinadito y esperando como un nene. Lo subimos al asiento delantero y yo ya me imaginaba el titular: "Chocó llevando al hombre más importante del mundo".
-Tenías sueños de escritora y terminaste como actriz. ¿Por qué dejaste de escribir?
-Yo escribía como quien jugaba a las muñecas. Se ve que como hija única, la escritura me acompañaba. A mis 18, al no existir Netflix, Internet y tantas cosas, las peñas literarias eran una gran opción. Después descubrí otro cauce, otro canal, y me dejé llevar por el teatro.
Carola Reyna (Instagram)
Apenas con mirar los objetos de su casa de San Telmo, se podría escribir un extenso perfil de Carola. El perro-ovejita que se pasea se llama Enzo, por Francescoli. Ella atesora Budas, piedras, pinturas marítimas, la imagen de Yoko Ono y John Lennon desnudos, y en ese halo entre espiritual y abstracto, un cartelito que reza "un camino hacía mí".
El camino de Reyna fue largo: vivió su infancia entre Buenos Aires, Caracas, Madrid y un regreso a La Reina del Plata. Al término de la adolescencia se mudó "un rato" a Los Ángeles. El interminable éxodo lleva el recuerdo hasta de un terremoto. Todavía conserva la sensación del cuerpo ante el temblor en Venezuela. Tenía cuatro años, estaba a punto de bañarse y el agua de la cañería se puso negra. Olas, gritos en el edificio y el departamento partido. La familia terminó durmiendo unos días en una camioneta.
Quién es detrás de la máscara actoral la mujer que nos hizo reír como la villana de La niñera, esa misma que obtuvo siete premios ACE y nunca trabajó de algo no relacionado a la actuación. Qué historia no se contó a fondo de la rubia que cuerpea un protagónico con "El Puma" Goity en la obra Sin filtro.
Carola Reyna de niña. (Instagram)
Sangre andaluza y belga, formada en las aulas de Carlos Moreno, Augusto Fernandes, Juan Carlos Gené y Carlos Gandolfo, desde su debut en Todo es cuestión de empezar, en 1982, superó los 50 programas televisivos. Hoy forma parte del Colectivo de Actrices Argentinas, toma clases de tai chi y bioneuroemoción y sueña con recorrer el mundo en casa rodante. Desde hace un cuarto de siglo está en pareja con Boy Olmi.
A Boy (Carlos en el DNI, antes de que la farándula lo adoptara por su apodo en inglés) lo vio por primera vez en la puerta del Astral. Los ojos turquesa de él la encandilaron. "Él tenía un saco con una chapa de nácar, muy particular. Recuerdo haber pensado: 'Todavía no'. Nos gustábamos sin conocernos. Yo lo seguía en Badía y compañía, cuando él presentaba un making off de una telenovela que había hecho para Televisa de México. Me lo crucé tomando un helado, después me llamó para trabajar juntos en un programa de viajes, pero yo estaba embarazada. Y cuando hicimos juntos la telenovela Apasionada caímos rendidos”, se enciende con el recuerdo de ese enamoramiento. “El día que empecé a grabar dije ‘listo’. Lo miré y no pude evitar sentir lo que sentí”.
Junto a su esposo Boy Olmi (Instagram).
-¿Cómo fue crecer repartida entre tres países?
-Nací un domingo a las 17. Dice mi madre que a mi viejo, fanático de Racing, los amigos se lo querían llevar a la cancha. Mi viejo era productor de televisión y su historia con mamá fue de muchas idas y vueltas. Yo era bebé, él se funde y nos vamos a vivir con mis abuelos maternos. De ahí nos fuimos a Caracas. Recuerdo los juguetes que elegí cuidadosamente para llevarme. A mis cinco, con mamá solamente, nos fuimos a Madrid. Iba a ser por unos meses y nos quedamos un año en lo de mi tío Miguel, exiliado. Todo era muy confuso para mí. Pude entender la historia de amor con el tiempo. En España me metieron en un colegio de monjas teniendo un tío ateo y comunista. A los cinco ya leía y mi tío me hacía leer los titulares del Che, mientras en la escuela nos obligaban a una oración a Franco. Nunca me compraron el uniforme de la escuela, porque siempre me estaba por ir.
(Foto: Rafael Mario Quinteros).
-Criarse con la certeza de que hay que irse constantemente. ¿Cómo siguió el tema de los aviones y las mudanzas?
-A los seis volvimos a Venezuela, a vivir a lo de una amiga de mamá. Después, otra vez Buenos Aires. Ya en mi adolescencia mi viejo volvió a insertarse en la familia de nuevo, hasta mis 35, que se separaron otra vez. Yo pensaba: ¿Ahora vienen a juntarse de nuevo? Yo no era rebelde, pero había algo que no me cerraba. Por ejemplo: empezamos a veranear en Punta del Este y yo, que venía del Caribe, de normalizar el cuerpo, sentía que desfilaba por una pasarela de miradas.
-¿Te sentías el sapo de otro pozo teniendo que integrarte todo el tiempo?
-Para mí ésa era mi realidad, me relacionaba bien con la gente, no me sentía bicho raro, pero alguna vez en la escuela primaria me hicieron bullying porque era la que viajaba todo el tiempo en avión, la que volvía bronceada de los viajes en invierno. No tenía conciencia de lo que podía generar eso en los otros. Y empecé a ser quien soy fuera del colegio, en el mundo de la literatura, el teatro, la música.
(Foto: Rafael Mario Quinteros).
-Estudiabas publicidad, hacías una pasantía sin sueldo en una agencia y un aviso en el diario te marcó el rumbo. ¿Cómo es en detalle esa historia?
-Yo había estudiado en la escuela de Lito Cruz con Moreno. Me metí a una pasantía en una agencia publicitaria y un día, aburrida, veo el aviso de la escuela de Pepe Cibrián. Épocas de la película Fama. Al fin de año Pepe me mete en el programa Todo es cuestión de empezar, eso duró dos meses, dejé la Publicidad, me voy a estudiar a Los Ángeles, y por primera vez le pido ayuda a mi papá, productor televisivo. Él me recomienda verlo a Stivel. Me lo encuentro a Gustavo Yankelevich, yo con el pelo punk. "¿Vos querés laburar?", dijo. "Empezás mañana como una chica de la redacción en Mesa de noticias". Yo no miraba televisión. Y fui a lo de Gandolfo a que me diera su bendición.
-¿Y Gandolfo reaccionó con prejuicio?
-No. Me dio el permiso de ir a payasear a la tele. "Si hay que bailar sobre la mesa, zapateá más que nadie, Carola", me dijo feliz. "Bailá fuerte". En teatro había debutado en La Capilla de la calle Suipacha. Me tocó un desnudo, un monólogo, un canto, todo junto. Fue una sensación de caída libre. Flotar. Como tirarme por un tobogán.
Forma parte del Colectivo de Actrices y apoya la causa verde. (Instagram).
-Después de más de tres décadas de oficio, qué descubriste de ser actriz. ¿Por qué, para qué sos actriz?
-Hay algo del ser actriz que me ordena. Como que algo de mí se libera, si estoy con una preocupación, por ejemplo, actúo y salgo de eso. Es la sensación de timbre del recreo para salir al patio de la escuela. Tampoco cargo con ese rol todo el tiempo. Un día, por ejemplo, cuando empezó el caos del Metrobus, me pregunté: ¿Qué es este disparate de no poder viajar en transporte público sólo por ser actriz? Y saqué la Sube.
-¿O sea que podemos encontrarte en el subte?
-Y en un bondi. Absolutamente. Es una libertad increíble. No quiero quedar encajada en algo que me limite. ¿De qué locura hablamos? ¿Cómo no poder tomar un colectivo por ser una persona que está en el teatro?
(Foto: Rafael Mario Quinteros).
Teatro
Reyna protagoniza Sin filtro, en la sala Neruda del Paseo La Plaza. Junto al “Puma” Goity, Carlos Santamaría y Muni Seligmann. De miércoles a domingos, a las 20.15. Una obra de Florian Zeller, en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, con dirección de Marcos Carnevale.
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