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Los ciudadanos argelinos se movilizan contra la élite que gobierna el país Despliegue policial en Argelia, este lunes. RAMZI BOUDINA REUTERS
Argelia se enfrenta a una oleada inédita de protestas después de que se anunciase que el presidente, Abdelaziz Buteflika, se presentaba por quinta vez a la reelección en los comicios del próximo 18 de abril. A sus 82 años recién cumplidos, el jefe de Estado del país más grande de África tiene sus facultades físicas muy mermadas desde que sufrió un ictus en 2013 y no ha pronunciado un discurso en siete años. Las pocas veces que los argelinos lo ven es en la televisión pública, brevemente, con motivo de alguna visita oficial. Cada vez menos ciudadanos dudan en este país de que su presidencia es una ficción y de que Argelia está en manos de una camarilla que representa a la misma élite política que ganó la guerra de la independencia y que, más de medio siglo después, sigue controlando todos los resortes del poder.
Con 41 millones de habitantes, Argelia es la segunda potencia militar de África y el país con más peso económico del Magreb. Situado a menos de 200 kilómetros de las costas españolas, la cercanía no es el único motivo por el que lo que ocurra allí es tan importante para los intereses españoles: el 56% del gas que importamos viene de las inmensas reservas de este gigante africano y es crucial para la industria. Sin embargo, a estas alturas, la situación resulta cada vez más imprevisible: su población, extraordinariamente joven (el 45% tiene menos de 25 años), está perdiendo la paciencia.
La policía, los servicios secretos y el Ejército han apuntalado a la élite que gobierna Argelia, que no ha cambiado desde 1962, solo ha envejecido mientras acumulaba poder. Logró todavía más fuerza con la victoria sobre la guerrilla islamista a principios de los años dos mil tras una guerra civil marcada por la brutalidad: Buteflika llegó al poder en 1999 y bajo su mandato se produjo la derrota de la guerrilla islamista. Ahora, los dirigentes del Frente de Liberación Nacional (FLN), el partido que ocupa cada rincón del Estado, se enfrentan a una decisión crucial: pueden reprimir las protestas —todavía no lo han hecho— o contemplar cómo siguen creciendo para convertirse en una tardía primavera árabe. En 2011, los vientos de libertad esquivaron Argelia, pero esta vez se están multiplicando y no solo en la capital, sino en numerosas ciudades de este inmenso país.
Son conscientes también de que, cuanto más tiempo pase, las protestas pueden mutar y pasar de centrarse en Buteflika para convertirse en un movimiento que ponga en duda todo el sistema de poder. Sin embargo, la decisión de confirmar la candidatura, el domingo por la noche, cuando Buteflika se encuentra en una clínica en Suiza, no invita al optimismo sobre la capacidad de la jerarquía argelina para escuchar a la calle.
Los gritos de “No nos vamos a detener”, pronunciados los dos últimos viernes en las principales ciudades del país por decenas de miles de argelinos, en su mayoría jóvenes que no conocieron la guerra de independencia, ni recuerdan apenas el conflicto civil que sembró el país de cadáveres, surgen de una generación que ya no se conforma solo con la paz y una cierta estabilidad económica, cada vez más frágil por la bajada continuada de los precios del petróleo. Desean un Gobierno que escuche sus aspiraciones, que garantice su futuro, pero, primero, que sea representativo y creíble.
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