Los noventa. Hay un chico triste que dibuja. Dibuja compulsivamente, lee la revista Humor, colorea políticos y se pone algodones como patillas. Hipnotizado por el televisor, escucha fascinado el discurso del Presidente, que habla de "un sistema de vuelos espaciales que saldrá de la atmósfera, se remontará a la estratósfera y en una hora y media estará en Japón". No faltarán muchos años para que Carlos Saúl Menem y unos cuantos funcionarios terminen impresos en la garganta y las muecas de ese chico, Ariel Tarico.
(Foto: Martín Bonetto).
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Todos los jueves.
¿Por qué un niño que debería reírse mucho, preocuparse por intercambiar figuritas e ignorar el contexto político se obsesiona con Satiricón, espera el programa de Tato Bores y prueba con la caricatura política? "Todo eso empezó con mi viejo, fanático de la locución y el humor gráfico, y empleado de una zapatería", desenrolla Ariel, santafesino, 34 años, 20 de labor en los medios, cinco Martín Fierro y 100 personajes atravesados en la garganta.
"A mis 6 mi viejo se murió, mamá se quedó solita conmigo, y a esa edad, yo ya tenía conciencia de lo que es la vida. Mamá se las rebuscó tejiendo para afuera, y después fue docente. Éramos una clase media baja que no desbarrancaba del todo porque no había inflación. Todavía llevo conmigo a ese nene triste que fui".
Una imagen le dispara un mundo. "Me acuerdo de ir caminando y quedar fascinado en un kiosco con la tapa de la revista Humor titulada 'Los Pimpimenem'. Épocas de Carlos y Zulema separados. Desde entonces mi tía Nora me traía cada número. Yo de chico ya copiaba los trazos de Fontanarrosa y era fan de la contratapa del diario Litoral de Santa Fe, donde convivía el humor de Dobal con los humoristas locales".
(Foto: Leo Vaca).
A los 10 ya estudiaba teatro. "El bautismo de fuego", en una obra escolar, fue en la recreación de la vecindad del Chavo del 8. Las morisquetas tenían efecto sanador. Le cayó en suerte el rol de Quico. No desbordaba de felicidad, pero transformándose lograba un superpoder: manejar el ánimo de los otros.
A los 14 recorría las redacciones con su carpetita de caricaturas. El día que murió la Madre Teresa de Calcuta publicó su primera creación. Cinco años después, una broma telefónica le abrió las puertas al primer trabajo. Llamó a LT10 de Santa Fe y se hizo pasar por el conductor del ciclo El termómetro, Rogelio Alaniz. Prueba superada. Durante cinco años fue el imitador de la AM.
Locutor recibido en Éter, mientras incorporaba los tonos de Monseñor Laguna y Luis Patti mandó un casete al productor de Héctor Larrea en Rivadavia. “Te sale bien, pibe. Tu futuro está acá. Fijate cómo podés ingeniártelas para quedarte en Buenos Aires”, recomendó “Hetitor”. Así, de las colaboraciones en Rapidísimo pasó a Mitre, gracias a un aviso de Clarín. “Importante radio busca humorista, decía el aviso. Armé un CD. El rubro todavía no había explotado. Después de varias reuniones, empecé con Néstor Ibarra”, se emociona.
Magdalena Ruiz Guiñazú, Dady Brieva, Chiche Gelblubg, Juan Carlos Mesa, Marcelo Zlotogwiazda, Ernesto Tenembaum. Fue coequiper de todos ellos (de 2004 a 2011 en Mitre) y acompañó a Roberto Pettinato y a Guido Kaczka en La 100. Junto a Nelson Castro nació la parodia Nelson K que se trasladó a la pantalla. “Me imaginé un Nelson lado B, peronista, barrabrava, hasta hincha de Colón, todo mi delirio”, explica. También tuvo ciclo propio en El Mundo.
Preparándose para clonar a Nelson Castro. (Martín Bonetto).
Casado desde hace ocho años, papá de Camila y Lisandro (7 y 4 años), en ocasiones es más niño que sus hijos. Hace unos meses, por ejemplo, junto a Freddy Villarreal, llamó a Juan Carlos Pallarols haciéndose pasar por Luis Ventura. “Le dijimos que en los premios Martín Fierro se dejaba la estatuilla humana para convertirla en un cuchillo. Y necesitábamos sus servicios”. La imitación fue tan buena que hubo que llamar otra vez para aclarar que se trataba de una broma.
-¿Cómo fuiste recuperando la alegría a través de esos dibujos y esas imitaciones?
-El arte me permitía descargar. Creo que eso me salvó la vida. Las témperas, los colores me salvaban. Todavía hoy me siento caricaturista. El que estaba siempre presente en mis dibujos era Menem y eso que mi familia tendía al voto radical. Yo esperaba los jueves para ver El Gordo y El Flaco, con Mesa y Lunadei. También copiaba a Nito Artaza y me ponía patillas para hacer reír a mi familia.
-¿Te parece éticamente correcto imitar a muertos?
-Sí. Cada tanto hago la imitación de Ricardo Fort. Lo veo más como un homenaje que como una falta de respeto. Y a Néstor (Kirchner) lo hice durante un tiempo en mis shows con alitas y cola de diablo, entre el cielo y el infierno. Generaba risa. Alguno se ofendía pero me lo planteaba respetuosamente.
(Foto: Néstor García).
-¿Todo el mundo es imitable?
-No. Algunos no me salen y desisto. Yo no tengo un método.
-¿A qué personajes abandonaste por no poder lograrlos?
-A Carlos Reutemann no lo saqué del todo, y eso que es de Santa Fe, como yo. Eduardo Duhalde tiene un tono muy difícil y no es gracioso. Pienso antes que nada en el tono que puedo sacar y en si es gracioso.
-¿Tenés colección de ofendidos?
-No. Nunca tuve devoluciones malas.
-¿Te reís de tus imitaciones?
-A veces me divierto y me tiento, pero no me consumo. (Se ríe). No me gusto.
En la redacción de Clarín. (Fotos: Néstor García).
-¿Con qué imitado sos más afín?
-Es que es toda gente ajena a mí. Son como almas prestadas. En cada uno hay pedacitos de mí, pero no me siento identificado con ninguno. Recuerdo dos frases de cuando estudiaba teatro: Ana María Giunta me decía, "nosotros hacemos como que. No estamos llorando, hacemos que lloramos". Y Ernesto Claudio nos advertía: "Puedo ser el peor criminal en el escenario, pero bajo y puedo comer en Pipo con todos".
-Imitaste a ex Presidentes e imitás al Presidente. ¿Un humorista tiene que anteponer el respeto en su imitación? ¿Qué limites no quiebra?
-El humorista es un francotirador. Cada uno tiene distintos límites. El humor negro, por ejemplo, a mí no me queda bien. Yo no tengo idea de cómo le caigo a (Mauricio) Macri. Ni me interesa. Sé que sabe, me lo crucé alguna vez cuando era Jefe de Gobierno porteño. Por ejemplo: Sergio Massa vino al teatro a verme. Margarita Stolbizer también. Se comieron mis gastadas. Nunca estoy pendiente de lo que opinan.
-¿Sentís que tu humor también se deconstruyó a la par de la revisión del paradigma patriarcal?
-Obviamente. Es natural. Ya que yo esté en una obra que encabeza una mujer (Fátima Florez) es un gran cambio. Si bien yo toco temas más de actualidad política, los chistes cambiaron. Estoy aprendiendo.
-Se te nota demasiado serio en las entrevistas. ¿Sos así en la vida?
-Sí. Trabajo de esto, pero no soy gracioso. El humor es un laburo y es también un mecanismo de defensa.
-¿Y de qué te defendés?
-De la timidez. De no ser aceptado. Por ahí antes buscaba la aprobación de los demás. Ya me ablandé un poco. Antes era más duro.
Imitando a Mirtha Legrand en Radio El Mundo. (Foto: Diego Waldmann).
-¿Hacés terapia, te ponés a revisar lo que significa haberse escudado en la imitación?
-Sí. Hace diez años que me analizo. Hablamos de esta "locura".
-En el fondo: ¿Te da miedo esa necesidad permanente de apoderarte de la voz y los gestos de otro?
-Sí. Me meto en la psiquis del otro todo el tiempo. Estoy la piel del otro. Es peligroso ese borde.
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