Lauren Christensen
The New York Times
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A Bret Easton Ellis no le es desconocida la mala publicidad. Desde que su debut en 1985 con Menos que cero lo convirtió en una sensación literaria, su ficción violentamente nihilista y su imagen pública políticamente incorrecta le han valido tanta furia como aplausos. Y después de tres décadas, otras cinco novelas y una colección de cuentos, así como un podcast y más de un puñado de disputas con los medios, Ellis aún tiene cosas que decir. El 16 de abril publicará su primer libro en nueve años, su debut en la no ficción: una colección de ensayos titulada White (Blanco). No a todos les va a gustar. Pero a él no le importa.
“Estoy muy tranquilo con esto”, dijo. “Es un tipo de libro para coleccionistas de la obra completa de Bret Easton Ellis”.
En la feria de Frankfurt. Bret Easton Ellis, en el mayor encuentro literario del mundo. / EFE
Para los que no lo son, aquí va un recordatorio: el éxito (no sin críticas) de aquella primera novela de 1985, que hablaba de las correrías amorales de adolescentes ricos y alienados de Los Ángeles, convirtió al entonces estudiante universitario de 21 años en un personaje habitual de la escena social neoyorquina, fotografiado en todas partes, desde los Premios de Cine MTV hasta el club nocturno Nell’s de Manhattan, a menudo con su compañero de “la banda de los jóvenes literatos de éxito”, Jay McInerney. El escritor ha dicho que su departamento de ese entonces en el East Village era una “guarida cocainómana de iniquidad”. Sus detractores lo tildaron de enfant terrible. Sus admiradores decían que definió a su generación.
Fue durante esos años de extravagancia, después de que una segunda novela más convencional fue recibida con indiferencia, que Ellis escribió la novela negra neoyorquina American Psycho, acerca de un financista de 26 años insensible y materialista que sufre una crisis mientras comete violaciones y asesinatos espantosos de manera patológica. Unos pasajes espeluznantes filtrados a las revistas Time y Spy provocaron protestas generalizadas y, en noviembre de 1990, la editorial Simon & Schuster canceló el libro dos meses antes del lanzamiento programado. Los editores Sonny Mehta y Gary Fisketjon de Alfred A. Knopf lo pescaron al vuelo y lo publicaron como libro de bolsillo bajo el sello Vintage en marzo de 1991.
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“Le entregamos a Knopf un best-seller”, dijo Robert Asahina, editor de Simon & Schuster, que había adquirido el libro. “Resultó bien para todos menos para nosotros. Bret se merece todo el éxito que tuvo”.
Pero éxito no fue lo único que tuvo. También recibió amenazas de muerte en el correo. Gloria Steinem repudió el libro. La presidenta de la rama de Los Angeles de la Organización Nacional de la Mujer, Tammy Bruce, exhortó a que lo boicotearan y le dijo a The New York Times: “Esto no es arte. El Sr. Ellis es un joven confundido y enfermo con un odio profundo por las mujeres”. Norman Mailer, en Vanity Fair, dijo: “¡Qué obra tan perturbadora!... escrita por una joven pluma a medias competente y narcisista”. En The New York Times Book Review, Roger Rosenblatt opinó que la novela era el “diario que habría escrito Dorian Gray si hubiera sido alumno de segundo año del secundario”. Spy acusó a Ellis de tener tan poco talento que debía escandalizar para vender un libro: “No hay muchas cosas tan enfermizas como el barbarismo misógino de esta novela”, escribió Todd Stiles, “pero casi igualmente repulsivo será el cinismo pueril de Ellis cuando lo justifique”.
Esa ha sido la pregunta fundamental en la carrera de Ellis: ¿tiene talento o solo es un provocador?
Cuidado. Otra escena de la película "American Psycho".
“Ciertamente no es aburrido y a la gente le gusta hablar de las personas que no son aburridas”, dijo la novelista Ottessa Moshfegh (admiradora de Ellis).
Para Ellis, la fama y la polémica siempre han ido de la mano. Sin embargo, jura que su intención nunca ha sido ofender; solo aspira a hacer arte por el arte y, si este nos inquieta, que así sea.
“Nunca me ha interesado sacar de quicio a nadie”, dijo. “Es una pérdida de tiempo. Esto pasa únicamente por querer expresarme y no pensar en el público en absoluto”.
La indignación colectiva en torno a American Psycho constituye el contexto de los ensayos de White, cuyos temas van desde la infancia desprotegida de Ellis en los años 70 en Sherman Oaks, California, un lugar de clase media alta, pasando por sus críticas de películas y de actores de cine hasta el presidente Donald Trump y la caja de resonancia digital. Lo que plantea no siempre es agradable, pero eso nunca lo ha detenido. En un ensayo titulado “Liking”, Ellis critica duramente el “horrible florecer de la ‘cercanía’: la inclusión de todos en la misma postura mental (…) la ideología que propone que todos deben estar en la misma onda, la mejor onda”.
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McInerney relaciona esas posturas con los “aspirantes a censores” de Ellis durante la reacción contra American Psycho, que “creo que hasta el día de hoy moldeó su visión de la corrección política y la libertad de expresión”.
En la última década, Ellis, ahora de 55 años, ha figurado en los titulares más por sus opiniones desenfadadas que por cualquier producción creativa. Hubo un tuit de 2013 —“Kathryn Bigelow sería considerada una cineasta levemente interesante si fuera hombre pero, como es una mujer muy atractiva, está muy sobrevalorada”— que provocó tanta indignación que tuvo que publicar una disculpa formal en The Daily Beast. Se ha quejado de los liberales que creen que él es apologista de Trump y luego defendió la simpatía de Kanye West por el conservadurismo. Lo calificaron de racista.
“Últimamente, lo que me molesta es el mundo de Twitter y cómo, dado que no hay contexto ni matices y dado que todos están tan histéricos, te tachan de cosas que no eres”, se quejó Ellis. “Es difícil lidiar con la policía del lenguaje si uno es creativo”. Quisiera que todos se tranquilizaran.
En algunos aspectos, Ellis mismo se ha tranquilizado. Parado frente al ascensor de su edificio de West Hollywood, con una bolsa de basura para tirar en la mano, el hombre alto de cabello plateado vestido con una remera de cuello polo algo raída se veía muy distinto del socialite provocador que solía ser.
“Ya no voy a fiestas”, señaló. “Creo que ya estoy viejo para eso”.
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También ha superado su fatalismo juvenil respecto de los temas de actualidad y prefiere tratar el ciclo de noticias como un entretenimiento fugaz en lugar de como el fin del mundo (“La verdad, Jared Kushner luce genial en traje de baño”). Este sarcasmo parece una prolongación del tono displicente que utiliza a lo largo de White, que trata la política como excusa para el soliloquio amanerado. Su apatía no necesariamente les cae bien a sus pares.
“Me desconcierta un poco que reniegue de las élites liberales de la costa, porque claramente él es uno de sus miembros activos en muchos aspectos”, comentó McInerney.
Ellis se ha esmerado en aclarar que no votó a Trump y que en realidad desde un principio advirtió sobre su peligroso poder como capitalista célebre. Mientras escribía American Psycho, recordó Ellis, “todos los tipos de Wall Street estaban leyendo El arte de la negociación, y Trump me molestaba tanto que decidí convertirlo en la figura paterna de Patrick Bateman”.
Sin embargo, reconoce que puede darse el lujo de ser “vigorosamente apolítico” porque es, “como se calificó una vez a este libro, ‘un hombre blanco privilegiado’. Eso me ha protegido de las realidades del mundo político”.
La indiferencia no es sólo la postura mental de Ellis, sino también su mantra artístico.
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“La neutralidad, la distancia, la reserva: siempre he creído que estas cosas son mi estética rectora”, comentó.
White hace lo propio: “Lo abordé como abordaba las novelas, de un modo literario. Quería que el lector sintiera que casi estaba con ese personaje, con el narrador que era yo pero que en cierto sentido no era yo”.
Ellis, que ha estudiado el Nuevo Periodismo –su título rinde homenaje a El álbum blanco de Joan Didion-, juega en toda su obra con su identidad cambiante y la polinización cruzada entre realidad y ficción.
Pero a diferencia de sus novelas, insiste, White “nunca pretendió ser un buceo profundo en nada. Pretendía apuntar a las noticias, estar muy centrado en el presente”. Ellis se había resistido a la idea de escribir no ficción durante años antes de finalmente ceder a lo que quería su agente.
“No sé cómo tomará la gente mi actitud de laissez-faire con respecto a Trump y el momento que vivimos”, dijo.
La fría indiferencia de Ellis también vale para su vida privada. “Estoy en un buen momento en cuanto a que verdaderamente las cosas no me importan”, señaló. “Es libertad, es no preocuparse por lo que la gente piense de uno. No preocuparse por resultar atractivo. No preocuparse por las pesadeces del sexo”.
Easton Ellis, más joven. En el último libro también cuenta su vida.
Ellis está ahora en la relación más larga que haya tenido, con un músico de 32 años llamado Todd Schultz. Su noviazgo, que comenzó hace diez años en una cena en la que Schultz era la pareja del anfitrión (Ellis: “Yo fui la Angelina”), puso fin a lo que el autor denominó sus “años de soltero disoluto”.
Definió el hogar que comparten desde 2016 como “la mala comedia de situación de un malhumorado integrante de la Generación X que es una especie de liberal de centro no practicante y mi novio gay comunista”.
A diferencia del trasfondo tímidamente homoerótico de sus primeras novelas, escritas mientras aún no había salido del armario, las referencias a su pareja ahora casi parecen el sketch de un cómico: Todd es un “monstruo político” que “se sienta frente al canal de noticias MSNBC y tiene crisis tras crisis… Pero su tiempo de recuperación es bastante bueno”.
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Si Schultz representa al millennial melodramático y obsesionado con los medios, Ellis se identifica como “el viejo sentado en el porche”, que lloriquea por la profundidad cultural de décadas pasadas.
Pero pese a sus poses de reliquia hastiada y madura de una época con menos conciencia de las injusticias sociales, Ellis transmite el mismo espíritu juvenil que siempre ha tenido: de diversión irreverente, callada ironía, curiosidad artística infatigable. Es la encarnación viviente de cómo, entre el mundo predigital de 1985 y el día de hoy, todo y nada ha cambiado.
Pero no querría que pensemos demasiado en todo eso. Para Ellis, la literatura, Twitter, la política, las relaciones, la vida misma… nada de esto debe ser tomado demasiado en serio.
“¡Disfrútenlo” Interésense en el mundo, ahonden en él”, aconsejó. “Pero no convirtamos todo lo que escribo en un aviso de servicio al público”.
Traducción: Elisa Carnelli
PK